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Vale la pena el esfuerzo

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Los españoles hemos entrado en un estado de inquietud, de inseguridad, de desasosiego, que no predice nada bueno. La situación de inestabilidad económica, política, moral y social, ha convertido a España en una jungla. Se respira tal grado de confusión que la reacción de las instituciones se produce condicionada, asustadiza y contradictoria.

La pérdida de valores, la agresividad, la radicalización, la debilidad del estado de derecho, el todo vale, la tolerancia judicial a lo que debería tener una contundente respuesta, la doble vara de medir, la incertidumbre del futuro, la incredulidad del presente y hacia el mañana que se nos ofrece, el derrumbamiento de la estructura del Estado –su mastodóntica, desorbitada, inasumible organización-, la degeneración política, la corrupción generalizada, el desafío independentista, la desigualdad social, la amenaza del terrorismo  yihadista,  y el desconcierto que se respira, han credo un clima apocalíptico, instalado entre realidad y ficción, que nos incapacita en la reacción o respuesta. Y lo más grave, la mayor amenaza que sufre España está en sus líderes, su delirante incapacidad, su escasa altura política, su falta de escrúpulos. Este país está instalado en un andamiaje de inestabilidad tan frágil que cualquier reacción asustadiza puede derrumbar los palos del sombrajo. Y no crean ustedes que yo disfruto con este masoquismo, solo hay que encender la televisión, escuchar una tertulia de radio, hojear algún periódico de papel o digital, y quedarán deprimidos para una temporada.  

Después del 26-J, si seguimos la dinámica de las encuestas, los españoles tenemos muy claro lo que queremos, pero sin  resultado positivo. Dos años de campaña sin un atisbo de luz en el horizonte que permita albergar esperanzas fundadas. Los resultados que se pronostican conducen al camino del pacto, si los líderes de los partidos constitucionalistas recuperan la cordura. España está por encima de sus intereses, necesita generosidad y, si es preciso, sacrificios. La política tendrá que manifestarse como el arte de gobernar el bien general no como un catálogo de emboscadas entre adversarios.  

El Partido Socialista ha gobernada España durante 23 años, con más o menos acierto pero siempre dentro de la Constitución. La deriva autodestructiva que inició Zapatero pretendiendo encarnar la socialdemocracia platónica mientras se programaba rojo y antiyanqui y convocaba a los fantasmas de la guerra civil, hasta que el fantasma resultó ser él. La culpa del desastre socialista la han tenido sus últimos dirigentes, disfrazándose de no se sabe qué y arremetiendo contra todo lo que veían mantenerse en pie a su alrededor, con Pedro Sánchez en su alocado alucine que ha  conducido el desastroso resultado que, coincidentemente, pronostican los expertos en demoscopia. Han perdido elección tras elección, hasta convertirse en un partido residual, desde que se apartaron de la españolidad que pregonan sus siglas.  El PSOE es imprescindible en la gobernabilidad de España, y los españoles volverán a confiar en él en cuanto recupere el rumbo y rectifique la ayuda implícita a la izquierda radical, le han dado la campaña hecha a Pablo Iglesias y, sobre todo, la oportunidad de absolverlos, ahora en parte, a falta de una opa hostil que le practicarán en la menor ocasión para terminar de fagocitarlos. Es hora de que se den cuenta de que están siendo comparsa de unos payasos rojos, antiamericanos a la manera chavista que intenta ganar la guerra civil que perdieron sus abuelos. Si Pedro Sánchez no recupera la identidad española del PSOE, acabará desintegrado porque su ambigüedad le impide cuajar como personaje: cedió a Podemos el dinamismo revolucionario; cedió al PP la convicción persistente del constitucionalismo; se diluyo como personaje pendular y, para nuestra desgracia, se ha consagrado al antagonismo primario de las dos España. 

El Partido Popular ha gobernado doce años, ocho con mayoría absoluta, con dos legislaturas de Aznar como Presidente de Gobierno que fueron las más brillantes, quizás, de la democracia española, con el único pero de no haber aprovechado la mayoría para emprender las reformas institucionales que necesita el país y que habrían evitado muchos de los males que nos perturban ahora. Rajoy sustituyó a Zapatero, ya sabemos que la herencia que recibió situaba a España en el rescate y la recesión, nadie discute su acierto en materia  económica, su mayoría absoluta le habría podida dar la oportunidad de perpetuarse en el poder de haber emprendido las reformas necesarias y no cometer tantos errores. El triunfo de Rajoy ha sido convertir la mediocridad en la única solución para un país que ha de temer la aventura y convertir la normalidad en un dulce aburrimiento amenazado.  

A pesar de todo, estos dos partidos son lo menos malo que tenemos,  y a ellos hay que aferrarse como tabla de salvación. No parece que las encuestas finales del 26-J vayan a solucionar la situación con una clara mayoría a izquierda o a derecha. Todo apunta a una reedición de las anteriores del 20-D, con mayor transcendencia en la izquierda si se confirma que la coalición Unidos Podemos se impondrá al PSOE en votos y escaños. El panorama es desolador. Un país paralizado, huérfano de ilusión  y absolutamente hastiado.  

A la derecha un PP que resiste a duras penas. A la izquierda un socialismo menguante sin  proyecto ni líder sólido ni siquiera una idea única de modelo de España. En el centro Ciudadanos escaso de posibilidades por razones de aritmética parlamentaria. Y al extremo un grupo populista  tan ávido de poder como carente de fe democrática. Hay un 30 por ciento de voto indeciso que podría aportar alguna sorpresa, esperemos que estas variantes en escaños no impliquen tentaciones alucinantes que fomenten  alocadas aspiraciones. 

Los debates poco aportan. Salvo el morbo del insulto, la descalificación, el tu más en el caso de la corrupción que no produce ningún efecto porque más o menos todos los partidos tienen su San Benito. Los debates serían definitivos si los candidatos se mostraran al electorado sin más limitación que el tiempo, con sus cualidades y recursos como única arma de defensa. El gesto, la mirada, el convencimiento, la naturalidad, la forma de mover las manos, la manera de decir o hacer, la sensibilidad y el sentimiento. La expresión y el gesto del conversador contagian al espectador con el mensaje. John F. Kennedy, Presidente de los Estados Unidos, 1961, en sus debates de campaña no aceptaba indicaciones ni reglas, ni siquiera quiso pasar por maquillaje, su participación fue tan espontánea y natural como el mismo. Creó ilusión inusitada, contagió simpatía más allá de sus fronteras. Todos sabemos que ganó las elecciones.  

Los debates políticos en España son encorsetados, rígidos, sin naturalidad. Bustos parlantes con discursos aprendidos, falsos, cifras confusas y engorrosas, proclamas ilusionantes sin efecto porque el espectador sabe que no hay donde sacar para tanto como prometen.  

La suerte está echada. Salvo el voto de los indecisos pocas variantes pueden aportar los candidatos con sus manidos discursos, todos sabemos la poca fiabilidad de lo que puedan decir o hacer, y la falta de credibilidad que les concede el electorado, incapaces de generar líderes solventes para renovar el discurso de una fuerza con aspiraciones de gobierno. Solo el factor desconfianza, el miedo al extremismo populista, o el enfado por las promesas incumplidas, pueden influir en el elector que no pensaba votar  o continúa sumido en el desconcierto.  

Somos un país grogui por la crisis, indignado por la corrupción, con futuro incierto, endeudados hasta las cejas –una deuda púbica inasumible que puede saltar por los aires solo con que suban los tipos de interés-, una tasa de paro que ronda los cuatro millones, medio país con dificultades para llegar a fin  de mes o en la miseria... Y una casta política incapaz de recuperar la cordura presa de sus delirios. 

España necesita que sus políticos sepan estar a la altura, son muchos los sacrificios que ha tenido que soportar por las frivolidades, la ambición y escasa altura política de sus mandatarios. Desde que emergió en la escena política española la formación chavista leninista, aupados al poder y las Instituciones  por la irresponsable actitud de Pablo Sánchez y sus leales,  las plazas donde des-gobiernan se han visto mermadas y en claro retroceso, con decisiones estrafalarias y estrambóticas, de mal gusto y nula utilidad, pero ganando terreno, creciendo, comiéndose a su protector.  De ahí la alarma justificada, pues al PSOE puede ocurrirle lo que al socialismo italiano o griego, todos lo ven menos Sánchez y sus acólitos

elblogdepacobanegas 13 de junio 2016 

 

 

 

 

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