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El Milagro

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Desconcierto y desanimo ante la nueva convocatoria (26-J)  

Tras el fiasco de las pasadas elecciones, las próximas no parece que tengan mejores perspectivas. El electorado en su diversidad y los grupos políticos por su predisposición al esperpento, han conseguido difuminar la viabilidad del proyecto.  Cuatro meses de fracaso, de irresponsabilidad institucional, de ceguera política; los representantes parlamentarios se han quedado en el intento de alentar al electorado.

Los españoles, al final somos los que pagamos el pato de tanta irresponsabilidad. Estamos en campaña desde el cierre de las urnas del 20-D. Hemos caído en el desánimo: los veteranos por su acomodaticia postura, los considerados bisagra por su devoradora  bisoñez,  los emergentes por su inexperiencia y disparatado entusiasmo. Los electores cabreados y desencantados; nueve veces se ha ido a votar en los últimos tres años. 

Hasta qué extremo de ceguera, de egoísmo, de torpeza política, se ha llegado para no se den cuenta de la necesidad de un gobierno sólido y firmemente comprometido que retome la senda, que emprenda las reformas que el España necesita para controlar el riesgo que representa la deuda pública. El déficit es, junto con el paro, el principal caballo de batalla de nuestra economía, cuyo ejemplo está presente en la desastrosa experiencia de Grecia y Portugal, donde “el experimento de la izquierda progresista”  está costando innumerables sacrificios, siempre a los de abajo, nunca a los de arriba. Y todavía están en los preliminares; el modelo que pretenden importar nuestros Podemos y asociados en combinación diabólica: Sánchez, Iglesias y Garzón, con la colaboración de Rivera si sigue en su enamoradizo hechizo. Y la anestesia generalizada de la clase política.  Ha terminado la legislatura más corta de la democracia sin que los partidos hayan hecho un ejercicio colectivo de reparto de responsabilidades. 

 Los ciudadanos han sido pacientes  espectadores de un proceso nada edificante. Las formas de la nueva campaña, que ya está en marcha, suenan a repetida, pese a decir que son unas elecciones completamente nuevas. El mismo candidato, el mismo programa,  los mismos vetos, idéntico discurso, con agresividad y vehemencia casi infantil, desfasada y ridícula. La impresión es que seguimos sin que nada haya cambiado. La sensación dominante es el hastío. El hartazgo de una sociedad empañada de sufrimiento y hambrienta de soluciones.  

La última encuesta del  CIS pronostica un nuevo triunfo en minoría del PP, el PSOE se  mantiene, Ciudadanos  sube casi dos puntos, y  bajada considerable de Podemos. Su reciente coalición con IU, en el intento de frenar su vertiginosa caída, puede dar resultados adversos: en política, dos más dos no siempre son cuatro.  Con un claro desánimo y decepción tras la nefasta experiencia de la anterior legislatura, los viejo partidos han defraudad y los nuevos producen desconcierto,  tedio. 

El Partido Popular y Ciudadanos disputan el mismo electorado  y comparten parecido modelo de sociedad, a pesar de su lógica rivalidad. Las únicas coaliciones que funcionan son dentro del mismo campo ideológico. Incomprensiblemente se han enredado en una disputa de conflicto y descalificaciones personales que, en su mutuo desdén, condicionan la campaña de ambas fuerzas. La aritmética de las  encuestas indica la posibilidad de que puedan  gobernar juntos  bajo la paradoja de que sus votantes las consideran condenados a entenderse. Suponiendo que Albert Rivera recupere su promesa de apoyar al partido más votado y logre equilibrar su balanza de la corrupción aplicando al PP la misma vara de medir que utiliza con el PSOE: a la vista está, los hechos demuestran que Ciudadanos ha perdido toda credibilidad, como recientemente hemos visto en Granada, su mirar para otro lado con respecto a los ERE de Andalucía,  sus exigencias a la Comunidad de Madrid que no hace con el PSOE en Andalucía en iguales circunstancias. En evidencia está  la fiabilidad de Ciudadanos en esta materia, aplica  su código ético ofreciendo  apoyo moral en función de espurios  intereses.  

Nada es lo que parece en esta nueva etapa de confusión y desconcierto. Los líderes más valorados no alcanzan el aprobado de media. Se trata de un ranking  engañoso porque lo que puntúa es la falta de animadversión, que suele beneficiar a dirigentes más bien inocuos. Políticos como Rajoy o Pablo Iglesias tendrán siempre mucha peor puntación a favor o en contra porque la tirria cotiza al alza frente a la simpatía. Después de cuatro años de mayoría absoluta del PP, el poder ideológico izquierdista ha logrado su máximo control sobre el discurso, las prioridades y la agenda nacional. La nueva cultura política de España ha impedido una sociedad libre promovida por Zapatero que ha frenado todos los avances de reconciliación nacional. La clase política debería aprovechar hasta el 26-J para repasar la aritmética electoral, que no consiste en sumar escaños, sino en reportar el mayor beneficio a la sociedad. 

La desafección con los partidos tradicionales y la curiosidad por los nuevos ha convertido la demoscopia en una ciencia de alto riesgo. La fiabilidad de los sondeos ha sufrido desgastes que han mermado su prestigio.  Los gobernantes españoles nunca salen bien parados en las encuestas, los más valorados son los menos votados. Según el CID ninguno de los cuatro candidatos obtiene el aprobado. El actual presidente, Mariano Rajoy, tan denostado por sus adversarios, gana las elecciones a pesar de tan baja estima entre sus partidarios. Un reciente caso de sobrevaloración es la de Alberto Garzón, candidato de IU. Su primer puesto en la valoración de los líderes (solo consiguió dos escaños)  debería producirle cierta inquietud, sus antecesores Duran Lleida y Rosa Díaz, ambos también considerados que han desaparecido del mapa político por no haber conseguido representación. 

El PSOE se encuentra en una posición de debilidad, la vehemencia de su nuevo líder, tan sobrado de ambición, le ha llevado a cometer graves errores en un momento de inestabilidad política donde la responsabilidad debe prevalecer sobre los intereses de partido. Una cosa no puede ser ella y la contraria en una economía en crisis, una sociedad disminuida en  valores sociales que nos ha metido en un tobogán cuyas consecuencias aún no conocemos. El bipartidismo no es malo siempre que se ejerza con honestidad, Pedro Sánchez debería reconsiderar su discurso y recuperar el sentido de Estado, España está por encima de los frívolos populismos de la izquierda extremista. Vemos impotentes como los acontecimientos van por delante de nuestro pensamiento, no hay más que observar los cambios que se están produciendo en el panorama político Pedro Sánchez debería reconsiderar su enfrentamiento con el PP. Su acercamiento a Pablo Iglesias agravaría su bloqueo político por una izquierda que solo pretende fagocitarlo. Por el centro, Rivera faenará en su caladero aprovechando los desencantados, le quitará tantos votos como pueda,  está en racha. En su propio partido le están haciendo la cama, Susana Díaz le propinará el sorpasso en el menor descuido. Si sigue en esta línea el PSOE de Pedro Sánchez quedará tan disminuido que prácticamente tendrá que empezar de nuevo. El problema es que España habría entrado en un proceso de imposible retorno.  

 Aunque parezca una proeza imposible, un pacto de Estado con el PP -compartiendo gobierno- sería recibido, por la gran mayoría,  como una acto de madurez política, de gesto histórico que asombraría al mundo y permitiría emprender las grandes retos pendientes, afrontar con firmeza el problema del paro,  la crisis económica, la amenaza del terrorismo yihadista, y la unidad de España, a la vez que reforzarían sus posiciones como partidos constitucionalistas. Los españoles valorarían, en positivo, esta nueva legislatura con oportunidad para recuperar la confianza del electorado y devolver tranquilidad a una España avocada a los peores presagios.    

Elblogdepacobanegas  11 de mayo 2016 

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