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PAULA MARTEL Y AGUSTÍN GÓMEZ ARCOS

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PAULA MARTEL Y AGUSTÍN GÓMEZ ARCOS

Efectivamente, en el período experimental anterior a la casa de Murcia los acontecimientos se producían muy deprisa, me solicitaban de otros colectivos para que participara como actor invitado; experiencias muy interesantes que sirvieron de trampolín para mis pretensiones de crear mi propio grupo. La escena española alcanzaba una madurez y modernidad que empezó a extenderse más allá de los teatros oficiales y de las representaciones de teatro de cámara.

Afloraron gran número de nuevos autores que intentaban asentarse en el reconocimiento de sus méritos a través de grupos independientes y al albor de certámenes de teatro que reunían en sus convocatorias lo más destacado y sobresaliente de estos nuevos valores algunos de ellos con cualidades y méritos sufi cientes para que, de haberse desarrollado en las condiciones de normalidad que en principio establecen las bases del premio, habría sido previsible su repercusión en el desarrollo posterior de la vida teatral. Estos certámenes aparecían tan manipulados e influidos por la censura que dieron al traste con talentos que hubieran merecido mayor reconocimiento, como podremos comprobar después. Pero antes vayamos por partes.

 

Con Paula Martel interpretando “Mariscal”, comedia de Forenc Molnar

Un grupo que desarrollaba su actividad con cierta protección ofi cial era el Teatro de Cámara de la Organización Juvenil Española; disponían de medios para hacer las cosas con dignidad y un buen salón de actos con un magnífico escenario. Situado en la Plaza de España, estaba dirigido por Juan Castelló, un joven con mucho carisma, persuasivo y convincente, que me animó a participar en la puesta en escena de “MARISCAL”, comedia de Forenc Molnar. Allí tuve la oportunidad de conocer a dos personas que más tarde serían nombres muy relevantes en el teatro español e, incluso, en el teatro mundial, formaban parte del reparto y compartimos escenario: la actriz Paula Martel y el autor teatral Agustín Gómez Arcos que, en este caso, hacía de actor.

Paula Martel -se llamaba Mari Carmen Pérez Ochoa-, una preciosa joven, guapa, elegante y decidida, con aires de primera actriz y dispuesta a demostrarlo, acababa de llegar de provincias –nació en Tarragona en 1945- con tanta seguridad en sus cualidades interpretativas y tan convencida de su triunfo que no traía billete de vuelta. Tenía la voz un poco engolada, pero esto era un problema menor que se solucionaría con el tiempo. La acompañaba su madre, una mujer de rompe y rasga, tan guapa, elegante y decidida como ella, o más –madera del mismo tronco, posiblemente roble-, con un plan tan perfectamente urdido que el éxito estaba garantizado. Tú dedícate a demostrar en el escenario lo que vales –supongo le habría dicho su madre–, que yo me encargo de las relaciones públicas y de otros pormenores. Efectivamente, el día del estreno (27-11-1959) en primera fila, sentado junto a ella durante toda la representación, una de las estrellas más fulgurantes del momento, un divo indiscutible de la escena española, Alberto Closas asistía sin perder detalle al desarrollo de la trama. Nosotros, todos, estábamos muy emocionados, pues no siempre se tiene la suerte de contar con espectadores de tanta importancia y experiencia. Terminada la representación Alberto Closas nos saludó a todos los actores –mejor aprendices- y nos dio la enhorabuena, a lo que nosotros respondimos con afecto y agradecimiento.

Tengo que añadir que fue un placer compartir escenario con aquella jovencísima Paula Martel, encantadora criatura. Interpretábamos los dos principales papeles de la comedia de Forenc Molnar, quizás ella entonces con menos experiencia, pero ya llevaba implícito el sello de calidad que tantos éxitos le proporcionaría en el transcurso del tiempo.

El palmarés que llegaría a alcanzar Paula Martel, tanto en cine como en teatro, supongo que ha satisfecho plenamente sus aspiraciones; sus triunfos han sido tantos que enumerarlos nos alejaría demasiado de las pretensiones de este relato por lo que, como ejemplo, solo voy a referirme a uno de sus éxitos más llamativos y sonoros:

“NINETTE Y UN SEÑOR DE MURCIA” estrenada en el teatro de La Comedia, el 3 de septiembre de 1974, bajo la dirección de su autor, Miguel Mihura. Paula Martel (Ninette): exquisita mujer, fina actriz, delicada porcelana de Sèvres. Aurora Redondo (Bernarda): verdulera cachazuda y astuta, encarnado y bordado ¡sobran los adjetivos! Juanjo Menéndez (Andrés): un actor que ha sabido captar como nadie el espíritu-estilo de Miguel Mihura. Rafael Ramos Somoza (Pierre): quien le ha visto no le olvida, adónde hubiera llegado de haber seguido los refinados métodos de Piscator o Stanislavsky. Alfredo Landa (Armando): treinta años dándole al libreto en la cresta de la ola, Alfredo hasta en la sopa, para mí que ya ha batido todos los records. La comedia tuvo un clamoroso éxito y logró alcanzar más de 350 representaciones. Ninette: fue un mito hecho carne; una fantasía sexual perfecta. (Los comentarios y adjetivos que describen a los actores –en esta reseña—son de Jordi Costa).

Agustín Gómez Arcos interpretaba otro de los papeles de aquella función, era un joven tímido en apariencia pero cuando lo fui conociendo me di cuenta de que era un hombre firme en sus propósitos, muy decidido, con las ideas muy claras, tenía una gran vocación literaria y estaba ansioso por aprender y trabajar en el medio. Quería ser un buen autor teatral y, para ello, nada mejor que conocer todo su artificio desde dentro. En ningún momento, creo yo, él tuvo intención de dedicarse a la interpretación.

Después de unos primeros escarceos en Almería, su tierra natal, él nació en Enix en 1933-, acababa de llegar a Madrid donde se dedicaba a conocer el ambiente de la escena y su creación dramática. Quería estar tan formado en la materia, desde dentro, que la única forma o la más efectiva era vivirlo en persona, y los teatros de cámara eran una buena plataforma. Tuvimos una buena relación que se mantendría durante algunos años, aunque solo nos veíamos de vez en cuando. No sé si el germen ya lo traía, pero era un rebelde con causa, crítico feroz con todo lo que oliera a franquismo denunciaba, sin el más mínimo atisbo de recato, la dictadura y lo que él consideraba “la represión social que atenazaba las libertades individuales“. Y esto le acarreó muchos problemas a pesar de que su obra pronto se empezó a reconocer.

En 1960 fue ganador del Primer Festival Nacional de Teatro Nuevo con la farsa “Elecciones generales”, pero la censura retiró el premio y prohibió futuras representaciones. Algo parecido ocurriría un año después con su obra “Diálogos de la herejía”, pese a resultar ganadora al Premio Lope de Vega su concesión generó una fuerte polémica; el premio quedó anulado y la obra prohibida en todos los escenarios españoles, en una maniobra política de la censura.

Más tarde realizaría versiones españolas de obras que serían estrenadas en Madrid, muy bien acogidas por público y crítica: “La loca de Chaillot”, de Giradoux, estrenada en el Teatro María Guerrero el 12 de enero de 1962 bajo la dirección de José Luis Alonso. “La revelación” de René-Jean Clot, estrenada en el Teatro Goya el 25 de septiembre de 1962, dirección de José Osuna…

En 1964, Agustín Gómez Arcos lograría estrenar en Madrid su polémica obra “Diálogos de la Herejía”, en versión censurada. Fue el 23 de mayo, en el teatro Reina Victoria, con dirección de José María Morera. Decorados Enrique Alarcón, realizados por Vda. De López Muñoz. Figurines de Miguel Narros. Intérpretes: Julián Mateos, Gemma Cuervo, Alicia Hermida, Antonio Gandía, María Luisa Ponte, Mª Isabel Pallares, Asunción Montijano, María Luisa Arias, Terele Pávez, Pilar Bienert, Fernando Hilbeck, Concha Lluesma, José Antón, Julia Ávalos, Luisa C. Torrens, Carmen Rubio, Amparo Alonso, Carlos Criado.

No debió ser fácil conseguir llegar al estreno, a juzgar por un comentario que en letra destacada –y sin firma- figuraba en el programa de mano:

“Este es un espectáculo concebido y realizado con amor; y debemos hacer notar con justicia que lo que esta noche se alce en el escenario es el fruto de un esfuerzo común. No lo señalaríamos si, a lo largo de todo el período de preparación, no hubiesen sido tantas las dificultades que nos impedían su realización. Todos cuantos en él intervienen han aportado incontables sacrificios de todo orden, tanto mayores cuanto más grande su responsabilidad”.

Del mismo programa –cuyo ejemplar conservo-, de un comentario fi rmado por Gómez Arcos entresaco el siguiente párrafo:

“Mi preocupación al escribir esta obra, ha sido plasmar ese espíritu vivo y cotidiano de la España de todos los tiempos, nuestra España, y seguir obediente la tradición escénica que nos han dejado a los jóvenes tantos de nuestros autores que, aun perteneciendo a ayer mismo, son ya nuestros clásicos: en pocas palabras, integrarme con todas las consecuencias a nuestro teatro”.

Da la sensación de que está solicitando un respiro, un tiempo de tregua, un margen de confianza, un espacio para la integración que hasta ahora se le había negado. Pero a pesar de su llamamiento –y su mensaje subliminal– solicitando un margen…, la crítica fue dura, implacable, resueltamente desfavorable.

A pesar de los esfuerzos porque en las representaciones sucesivas hubiera un porcentaje de público amigo que reforzara la sensación de un clima favorable, la obra no consiguió llegar a las 50 representaciones, su permanencia en cartel fue la más corta de la temporada.

En 1966 se vuelve a dar la circunstancia de que otra de sus obras importantes: “Queridos míos, es preciso contaros ciertas cosas”, resultó finalista y obtuvo el Accésit al Premio Nacional Lope de Vega; envuelta nuevamente en la polémica la censura retiró la obra al borde del estreno.

Un desengaño tras otro fue la causa de su exilio voluntario. Sin duda buscando un lugar donde el talento no tuviera color decide marcharse a Londres. Tras dos años en la capital inglesa, con más pena que gloria, se traslada a Francia donde se instaló en París, junio de 1968. Días antes se había producido la famosa revuelta estudiantil que contagió, una tras otra, a todas las universidades -incluida la mítica Sorbonne de París- a las que se unieron los sindicatos promoviendo la mayor y masiva huelga que jamás se había visto antes, 30 de mayo de 1968 fecha que quedaría grabada en la memoria como el “mayo francés”. Ocasionó tal crisis en el gobierno que obligó a De Gaulle a disolver la Asamblea y a dimitir un año después; llevaba diez años en el poder.

En este ambiente de conflicto llegó Gómez Arcos a la capital francesa; intentó sobrevivir como pudo -desempeñando los más diversos oficios-, al tiempo que buscaba la manera de hacerse un hueco en el ambiente literario impregnado por los acontecimientos que se acababan de vivir. Fue un período del cual surgió una revolución cultural muy contestataria, era el no a todo y, sobre todo, a la autoridad. París volvía a estar abierta a la innovación creativa y se buscaba, de forma particular en el teatro, un medio de agitación social, política y cultural. En este clima de creación comienza su carrera parisina en los cafés-teatro del Barrio Latino donde logró estrenar algunas de sus obras, al tiempo que hacía de director, actor e, incluso, de camarero.

No cambió su nacionalidad pero sí de idioma; se puso a escribir en francés obteniendo un gran éxito con su primera novela: “L’Agneau carnivore” (El cordero carnívoro) editada en 1975, que obtuvo el Premio Hermes. Ahí se inició su exitosa carrera que le daría fama y dinero; continuó con su segunda novela “María República” que aparece en 1976 y Gómez Arcos fue seleccionado para el Premio Goncourt, el galardón literario más importante que se concede en Francia. Si hubiera solicitado la nacionalidad francesa habría tenido más posibilidades pero él conservó su nacionalidad española hasta el final de sus días, pese a su amor-odio a España.

Ana non” es su novela más traducida y premiada, con ella consigue ser nuevamente candidato al Premio Goncourt, del que fue finalista dos veces. Traducida a 16 idiomas se vendieron más de 300.000 ejemplares. Tras recibir el respeto del que fuera Presidente de la República Francoise Mitterrand, fue condecorado con la Orden de las Artes y las Letras francesas con grado de caballero en 1985; repetiría con grado de oficial en 1995.

En 1991 se intentó recuperar a Agustín Gómez Arcos para la escena española. El 22 de febrero se estrena su obra Mrs. Smith muerta por sus fantasmas, en el Centro de Nuevas Tendencias Escénicas, sala Olimpia, de Madrid. Más tarde se dio paso a otras dos de sus obras más representativas: Los gatos y Queridos míos, es preciso contaros ciertas cosas, 1992 y 1994. Teatro María Guerrero. Las tres dirigidas por Carmen Portacelli. Pasó prácticamente inadvertido a pesar de que la crítica, en general, le trató con respeto, incluso con admiración. Fue un intento fallido de recuperación. La obra de Gómez Arcos sigue igualmente olvidada y es una gran desconocida para el lector español. Sin embargo, en Francia forma parte del programa educativo de los liceos franceses: algunas de sus obras son de recomendada lectura en los colegios.

En realidad, me siento prácticamente francés, decía; es natural, este país le dio la oportunidad del reconocimiento que tanto buscaba; también prestigio, éxito, posición, la posibilidad de acceder a los galardones literarios más importantes, y la oportunidad de que su obra pudiera ser conocida en una gran parte del mundo. Pero no dejaba de ser un matrimonio de conveniencia al que él correspondía con gratitud pero con escaso apasionamiento, su verdadero amor, su sentimiento más profundo, estaba en España, un sentimiento no correspondido pero imposible de olvidar hasta convertirse en una obsesión, de ahí el contrasentido que propiciaba un profundo amor a su odiada España que le acompañaría durante toda su vida. Nunca aceptó la nacionalidad francesa que le habría catapultado defi nitivamente. España es para mí un conflicto que se crea entre mi personalidad de español y mi personalidad de escritor. Hablar, pensar y escribir en francés le abrió las puertas de la gloria, el reconocimiento de sus paisanos de adopción y de sus más altos dignatarios, especialmente del Presidente de la República que sintió una gran admiración por este español que escribía en francés; pero faltó correspondencia, les habría gustado completar la adopción formalizando su nacionalidad. La diferencia está en que ellos le rindieron honores hasta el último minuto de su existencia, le dieron sepultura en un panteón de hombres ilustres. Sin embargo, en España se le negaron sus méritos; en sus brillantes y prometedores inicios por conveniencias políticas: no gustaba lo que decía ni como lo decía. Y cuando tras sus triunfos se convirtió en un autor importante de la literatura mundial, nunca se le perdonó que no lo hubiera hecho en idioma español. Abandonar mi país y la lengua materna me ha costado tanto que creo que es el único tema que me vuelve intratable. El establishment oficial –a pesar de que nuestros vecinos le colmaban de méritos y agasajos- le dio la espalda y se desentendió de cualquier reconocimiento. Incluso con los socialistas en el gobierno, y a pesar de su buena relación con Felipe González. Me han cerrado todo con el mismo estrépito con que lo hizo el franquismo. Agustín Gómez Arcos tiene pasaporte español, que usa cada año para sus viajes a España donde no puede publicar sus libros porque los editores dicen “que son duros”. En Francia cada uno de esos libros vende más de 100.000 ejemplares. También el mundo de la cultura se mostró con total indiferencia. No publicar en España me produce nostalgia y fastidio. No podría decir que esta circunstancia me deja indiferente. El pueblo llano con su desconocimiento, no existían referencias en castellano. Consagrado como autor en Francia, su nombre apenas se conoce en ambientes educativos, literarios o intelectuales españoles.

Cuando en España se sintió la necesidad, aunque fuera por conveniencia política, de hacer un gesto, un intento de acercar alguna de sus obras de teatro al público español, el tiempo pesaba como una losa, su dramaturgia había quedado obsoleta. Aunque él como escritor reconocido y admirado se mostraba en plena actualidad -en París se convierte en prodigioso novelista, con 13 novelas traducidas a 18 idiomas-, su obra teatral había quedado anclada en el pasado; pasó inadvertida, no solo para el público español para el que sigue siendo el gran desconocido, también para la crítica que reconociendo sus innegables valores, dejó clara la inoportunidad del momento. Demasiado tarde, decía Mauro Ariniño en su crítica de El Sol.

Agustín Gómez Arcos murió en París, de cáncer, el 20 de marzo de 1998. Fue enterrado en el cementerio de Montmartre como corresponde a un escritor de prestigio. Su necrológica apenas si fue difundida en España, alguna reseña poco representativa, como un trámite de obligado cumplimiento. Teniendo en cuenta que aquí no hay nada más rentable para la vanidad que morirse, hasta en eso fue la excepción, a pesar de ser un escritor de narrativa brillante, descarnada, intensa y provocadora, de interés creciente y atrapador; de indiscutible éxito mundial , premiado en su patria -su España- que llevó siempre en lo más profundo de su corazón, pese a su aparente amor-odio en un quita y pon lamentable, y reconocido en el país vecino hasta extremos que solo él podía haber superado con aceptar la nacionalidad francesa. Fue un hombre atormentado por los traumas causados por la guerra civil, sus profundas reflexiones sobre las relaciones humanas, y su homosexualidad de cuya carga solo pudo desprenderse con el paso de los años.

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