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1960.UNA VARIADA Y ABUNDATE OFERTA DE TEATRO

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1960: VARIADA Y ABUNDANTE OFERTA DE TEATRO

Al final de los años cincuenta y principio de los sesenta, el teatro profesional comienza una revolucionaria transformación. Los directores que limitaban su función de puesta en escena a una armonización del texto con fidelidad absoluta al autor, motivados por nuevas formas de concebir el espacio escénico, ponen en práctica un imaginativo concepto de creación -sentido crítico y estético- que transforma, de manera radical, no solo la visión de espectacularidad emocional y de los elementos plásticos, sino la interpretación del concepto dramático y, en cierto modo, del público.

El director armonizador renueva su sentido clásico de espectáculo dando paso a lo que hoy entendemos como director comprometido y creativo. En la escena española aparecen nuevos valores que confirman esta realidad de aportación escénica; se dan a conocer a través de propuestas originales e innovadoras que acaparan la atención de público y crítica: José Tamayo, José Luis Alonso, Alberto González Vergel…, junto a otros que se irían incorporando, son ejemplo vivo de cuanto ha quedado expuesto como iremos comprobando en estas y otras páginas de este libro.

Para los aficionados autodidactas que practicábamos el teatro de cámara como paso previo al teatro profesional el poder participar, aunque solo fuera como observador en la preparación de estos espectáculos, representaba una posibilidad de aprendizaje que ni siquiera la Escuela de Arte Dramático podía facilitar. Esta es la razón por la que estaba ansioso por conocer cuánto se cocinaba en el mundo de la escena y sus entresijos. 1960 fue un año de variada y abundante oferta: rara era la semana que no había un estreno, una reposición. Procuraba estar al día de lo que se preparaba, ensayaba o estrenaba; quién lo dirigía, actores que intervenían, espacio escénico, clase de montaje… Marcábamos una agenda con las funciones que en principio interesaban y procurábamos movernos al máximo para conseguir asistir a algún ensayo, y unas entradas para el estreno; si no era posible la veíamos después en cualquiera de sus representaciones.

Un gran porcentaje de las compañías que estrenaban no eran capaces de superar los quince o veinte días, como mucho un mes, en cartel. Independientemente de que el espectáculo fuera bueno, malo o regular, la oferta Alfonso Paso era tan grande y variada -además de contar en gran medida con el favor del público-, que apenas quedaba espacio para los demás. Era raro el mes que la cartelera no ofrecía algún estreno de Paso, o dos, o tres; La popularidad de este prolífero autor era tan grande y el clímax creado a su alrededor tan contagioso que parecía que no había otra cosa que ver; sus estrenos se producían con tanta frecuencia que daba la sensación de no encontrar otra oferta posible.

Alfonso Paso contaba con los mejores teatros, los directores de más éxito, los decoradores más solicitados, grandes repartos plagados de estrellas de la escena. Se sirvió de procedimientos audaces basados en recursos verbales de gran efectismo. El caudal imaginativo derrochado por el comediógrafo, a través del equívoco y la ironía, desembocaba en situaciones absurdas convertidas en caricatura, muy próximas a los textos de Jardiel Poncela. Todo esto habría sido impensable de no haber contado con el favor del público, y de la crítica -condicionada, de alguna manera, por la corriente favorable del fenómeno-; avalado por su enorme capacidad, su perfecto conocimiento del artificio teatral, y su genuina fecundidad creativa, le han convertido -a Alfonso Paso- en protagonista indiscutible de la escena de este año y de su época en general. Es un fenómeno de masas que rara vez se produce, pero, cuando ocurre, obedece a un clima sociológico producido por la coincidencia de una serie de factores que, unidos, transmiten ese contagioso efecto que envuelve la realidad y la transforma; la hace duradera y, al ser mayoritaria, la prolonga… ¿indefinidamente…?

Los que hemos tenido la suerte de no ser contagiados por esta especie de perfume embriagador –por darle un calificativo amable-, somos el contrapunto, la otra oferta -desgraciadamente en minoría-, la opción posible a proyectos distintos –sin duda más meritorios y loables- pero insufi cientes por sí solos. Esto viene a demostrar que existe un sector de público cuyas preferencias exigen otras coordenadas culturales, dramáticas, sociológicas, estéticas, donde el planteamiento lleva implícito un costo de realización y un riesgo que es muy posible que no pueda ser compensado solamente con la presencia de este otro sector de público predispuesto y receptivo. ¿Cómo romper la inclinación de este fenómeno mediático? Con una oferta de teatro más libre por su atractivo, donde el espectador no esté condicionado por la atmósfera que envuelve al fenómeno -que crea eslóganes y muletillas que se repiten de una manera casi automática-, y que condiciona la voluntad de las personas por aquello de: ¿A dónde vas, a Paso o al cine? Esto nos da una idea de la predisposición primitiva o primaria que obliga a hacer un esfuerzo de autocorrección a la hora de cambiar los chips para elegir otra cosa. Hacen falta muchos elementos de influencia para que de pronto, por un fenómeno autopropulsado, se logre que el espectador deje a un lado toda esta parafernalia condicionante y se sienta atraído, de una manera natural, por un nuevo proyecto; se hace imprescindible conseguir la atención de un sector del público, lo sufi cientemente numeroso como para convertir en éxito un espectáculo que, aunque con todos los ingredientes para atraer, tiene el riesgo de quedar marginado por la inclinación natural de la otra mayoría.

Un ejemplo perfecto que ofreció la fórmula “mágica” fue “LAS MENINAS”, de Antonio Buero Vallejo, estrenada en el Teatro Español el 9 de diciembre de 1960. En este proyecto se conjugan todos esos condicionantes, dando forma a un conjunto tan armonioso y atractivo que no solo atraerá a sus incondicionales sino a un público más diverso.

El estreno de “LAS MENINAS” constituyó un éxito unánime; un espectáculo total, redondo, imaginativo, cuidado –hasta en sus más mínimos detalles-, al que contribuyeron, especialmente, las cualidades del texto –y de su autor Antonio Buero Vallejo-, la experiencia y el talento de José Tamayo, la sensibilidad de Emilio Burgos –que imaginó un espacio escénico “justo”-, la categoría interpretativa del elenco –los actores estuvieron, todos, soberbios-; el público agradeció el esfuerzo con aplausos repetidos, que se iniciaron con la bella escena de los enanos –del famoso cuadro-; de una plasticidad, realismo, y tanta belleza como el original. Tuvo una acogida de crítica muy favorable y el público respondió con generosidad.

Ocho meses antes, y casi con los mismos “ingredientes” José Tamayo había realizado otro proyecto teatral, igualmente interesante y ambicioso: El 24 de marzo de este mismo año (1960) se estrena “EL AVARO”, de Moliere, en el Teatro Español. La crítica fue unánime al resaltar los valores de la obra y de su autor, la adaptación de José López Rubio, el gran acierto de los actores, destacando la genial interpretación de Carlos Lemos absolutamente ejemplar-, y Asunción Sancho –por la gracia y el aire que la actriz derrochó-, los decorados y figurines bellos y elocuentes de Richard, y la dirección sensitiva e inteligente de José Tamayo; El público asistente valoró con entusiasmo, y los aplausos sonaron con fuerza en varios momentos de la representación y al final de cada una de las partes, merecidamente repetidos y prolongados.

Sin embargo– a pesar de haber obtenido un destacado sobresaliente- tuvo un escaso éxito de taquilla, apenas cien representaciones, lo que vuelve a poner de manifiesto la dificultad de romper una tendencia tan generalizada, y la imposibilidad de atraer a ese sector de público necesario para formar, con sus incondicionales, una mayoría que se sienta atraída a un proyecto que por sí solo merecería triunfar, por sus propios méritos y, sobre todo, por los valores artísticos y culturales que representa.

Es preciso repetir aquí, para poder darle una explicación añadida a la teoría de la conspiración mediática, que el fenómeno Alfonso Paso había conseguido secuestrar a la mitad del público aficionado al teatro -o en proceso de serlo- de Madrid, Barcelona, o el resto de las provincias españolas -donde también se prodigaba con inusitada frecuencia- y, por tanto, la otra mitad necesariamente tendría que ser repartida entre las otras cien, o más, propuestas existentes. (En 1960, en Madrid, entre estrenos de autores españoles, autores extranjeros, y reposiciones –solo en teatro profesional-, se pusieron en pie más de 100 obras.)

Hubo este año dos estrenos de enorme éxito, que en igual medida les fue fi el la taquilla, que además de ser proyectos de indudable solvencia artística y profesional, les acompañaba algún ingrediente de tipo mediático o social que ayudó, sin duda, a romper esa barrera casi infranqueable: el 5 de febrero de 1960 en el Teatro de la Comedia se estrena “CARTAS CREDENCIALES”, de Joaquín Calvo Sotelo, dirigida por Alberto Closas.

El indudable atractivo de este espectáculo no solo radica en una agradable comedia de “guante blanco” magnífi camente construida por Calvo Sotelo, sino en el irresistible atractivo personal -su característica forma de interpretar- de Alberto Closas, rodeado de un brillante y cinematográfi co reparto, presentando una alegre y divertida comedia, muy bien vestida y ambientada. Chispeantes y enriquecedores los telones humorísticos del genial Mingote, que fueron muy celebrados. Todo colaboró en el indiscutible éxito de esta elegante puesta en escena (fue la segunda en permanencia y recaudación de este año.)

Así lo entendió la crítica: como director de escena y como intérprete –Alberto Closas- batió su propia marca. El público lo entendió y así le ovacionó con justicia por la verdad y la sinceridad que puso en la incorporación de su papel (ABC). Hay a lo largo de toda la comedia viveza y alegría, gracia espumosa, fresca y juvenil animación. Ironía y sátira afl uyen como un río espontáneo y son el subrayado continuo del diálogo y la situación (Madrid). Sobrio, gracioso y enormemente divertido estuvo José Luis López Vázquez. Con pleno acierto Manuel Collado (YA). Cautivadora en su femineidad Teresa del Río. El resto del reparto magnífi camente disciplinado y eficaz (Madrid).

El otro acontecimiento escénico al que me refería anteriormente fue “LOS AÑOS DEL BACHILLERATO”, de José André Lacour, estrenada en el Teatro Lara el 12 de marzo de este mismo año (1960).

Este estreno acaparó la atención del público y de la crítica en general, convirtiéndose en uno de los éxitos más sonados de la temporada. Un conflicto generacional, tratado con gran pulso y maestría, trae a la reflexión el mundo de la familia, el comportamiento de los padres ante los hijos, el conflicto de las nuevas generaciones, el paso de la adolescencia a la juventud. El espectador asistía a la representación impresionado y sobrecogido por el interés dramático de la obra. (Compartió con “Cartas Credenciales” el segundo puesto del año en permanencia y recaudación de taquilla.)

Tuve la gran oportunidad de vivir muy directamente todo el proceso de esta producción del teatro Lara dirigida por José Luis Alonso, uno de los directores más prometedores y, sin duda, de los más innovadores de la escena española.

Yo mantenía una buena amistad con dos de las actrices que figuraban en el reparto, las entonces jovencísimas Elena María Tejeiro y Tina Sainz –pronto conseguirían un merecido y reconocido prestigio profesional-; esta circunstancia me permitía moverme por el teatro con cierta facilidad. Autodidacta –no tenía preparación académica en este sentido- aprovechaba cualquier oportunidad para aprender, y esta lo era; solo fui testigo, pero fue una de las experiencias más enriquecedoras de las que he tenido la oportunidad de vivir en esta etapa de aprendizaje teatral.

Elena María Tejeiro es murciana –como yo-, había crecido a la sombra del Teatro Romea, situado en la plaza del mismo nombre, donde su padre tenía un kiosco de periódicos. Por ese teatro plagado de historia –fue inaugurado el 25 de octubre de 1862-, han pasado los más grandes intérpretes: teatro, danza, zarzuela, siendo muy apreciado, tanto por su belleza y acústica, como por su capacidad operativa para cualquier tipo de espectáculo, y por su aforo 1173 localidades.

Rodeada de glamour, fantasía y arte, fue forjando sus sueños Elena María Tejeiro, una jovencita preciosa y encantadora que supo ganarse la simpatía de todos y se movía por el teatro Romea como en su propia casa; entre autógrafos y fotografías dedicadas, aplausos compartidos que ella imaginaba algún día suyos, forjó un futuro imaginado que el tiempo se encargaría de hacer realidad. Pasados los años –en su mayoría de edad-, con más sueños que equipaje, se trasladó a Madrid donde el éxito le sonreiría repetidas veces.

Tina Sainz era un proyecto seguro. Su carácter espontáneo y alegre, su dinamismo contagioso -llevaba el arte en la sangre y le brotaba a borbotones- , se adivinaban en ella los éxitos que indudablemente alcanzaría.

Se produjeron otros estrenos merecedores de figurar destacadamente en esta especie de repaso a la cartelera teatral que, por su ambicioso proyecto, nos dan una idea del esfuerzo de producción que se hizo este año de 1960. Todas ellas compartieron el favor del público y su repercusión en taquilla – más de ciento cincuenta representaciones- : “TRAMPA PARA UN HOMBRE SOLO” de Robert Thomas; “EL JARDÍN DE LOS CEREZOS de Antón P. Chejov; “EL PECADO VIVE ARRIBA” de George Axelrod; “COLOMBA” de Jean Anouilh; y “SU ABUELITA LA POBRE” una especie de sainete radiofónico por el que la crítica pasó casi de puntillas, dándole el mismo tratamiento que si se hubiese tratado de una representación de teatro menor; tuvo una aceptación de público y recaudación de taquilla muy parecido a “Trampa para un hombre solo”, “El jardín de los cerezos”, “El pecado vive arriba”, o Colomba”, cuya calidad, esfuerzo de producción y categoría de los espectáculos –muy superiores en todos los aspectos, yo diría no comparables- quedan reflejados en la buena acogida de la crítica –casi unánime en el elogio-: magníficos autores, excelentes directores, repartos plagados de figuras…

Sin duda, en este caso queda reflejado, igualmente, el fenómeno mediático, la influencia de la radio –mucho más entrañable y familiar que hoy-, y la circunstancia de que los actores resultaban cercanos a través de sus intervenciones diarias en seriales radiofónicos, muy del interés del público en aquellos años, más, incluso, que los seriales televisados de ahora.

Otra de las razones que posiblemente haya influido en el éxito de público de “SU ABUELITA, LA POBRE”, es que los actores de la radio -en la mayoría de los casos- conocidos únicamente por su voz es razonable que, en esta ocasión, el público haya querido poner cara a voces tan cercanas y familiares para ellos como las de Matilde Vilariño o Pedro Pablo Ayuso, por citar algunos; la radio entraba en las casas y se integraba en ellas como un miembro más de la familia, en la misma o parecida medida que hoy lo hace la televisión.

Hay que tener en cuenta que, en esos años, la televisión era tan incipiente en España como imprevisible en su desarrollo. El primer programa oficial no se emitiría hasta el 25 de octubre de 1956; no más de 300 receptores tuvieron el privilegio de conectar con el pequeño estudio de Paseo de la Habana, en su mayoría obsequio del Ministerio a altos cargos del gobierno. La programación era básicamente una repetición de la que emitía Radio Nacional y las imágenes, en su mayor parte, de NODO.

En 1960, el parque de receptores en Madrid apenas sobrepasaba los 12.000, en blanco y negro, y era una época donde el televisor era síntoma de nivel de vida; tener un aparato de televisión era todavía un lujo que solo unos pocos se podían permitir. La radio batía, por tanto, todos los records de audiencia previsible, y las voces que daban forma a sus programas acompañaron durante decenios la vida cotidiana de millones de personas.

Este repaso a la cartelera teatral de ese año quedaría incompleta sin la mención de los siguientes ocho estrenos: “LAS MUJERES Y YO” de Luis Tejedor; “DIANA ESTÁ COMUNICANDO” de José López Rubio; “ASESINATO EN EL NILO de Agatha Christie; “CHERI” de Gabriela Colette y Leopoldo Marchand; “HAY QUE SER FELIZ” de Vernon Sylvaine; “EL CENADOR” de Alec Coppel; “ELENA, TE QUIERO” de Víctor Ruiz Iriarte; “LA VIUDITA NAVIERA” de José María Pemán.

Como es fácil deducir, las ocho funciones tienen un denominador común: divertir y entretener al público, sin complicaciones. Buenos espectáculos, excelentes actores, magníficas interpretaciones y favorable crítica: apenas consiguieron llegar a las cien representaciones.

El mismo número de representaciones (100) que obtuvieron dos obras de reposición que posiblemente se pusieron en pie con ánimo de mejorar a sus respectivos estrenos: “Yerma” y “Don armando gresca”.

La primera, merecedora de mejor fortuna por su cuidado formato y ambicioso proyecto: es el caso de “YERMA” de Federico García Lorca; Luis Escobar consiguió romper el cerco establecido por la censura en torno a la obra de Lorca y no regateó esfuerzos a esta nueva puesta en escena con Aurora Bautista como protagonista, consiguiendo un espectáculo completo, profundo y enriquecedor. 21 de octubre 1960. Teatro Eslava.

Como dato ilustrativo podríamos añadir aquí que “Yerma”, de Federico García Lorca -poema trágico en dos partes-, es el drama de una mujer atormentada por su incapacidad de tener hijos; y el deseo de ser madre para sentirse una mujer completa. Se estrenó – por primera vez- en el Teatro Español, de Madrid, el 29 de diciembre de 1934, con Margarita Xirgú como protagonista. Había mucha expectación y un tanto de inquietud, en los días previos al estreno, por razones políticas. Don Jacinto Benavente, Valle Inclán y Unamuno asistieron al ensayo general asombrados por la fuerza de la obra. Los privilegiados espectadores que asistieron al estreno, entusiasmados tributaron una ovación larga y cerrada al autor consagrado a partir de entonces. No obstante en un sector de la sala se formó un pequeño revuelo que obligó a interrumpir la representación; duró poco y una vez restablecida la calma la representación siguió su curso.

El éxito de la obra generó tal clima de expectación que, el 31 de enero de 1935, la familia teatral se dirigió a Margarita Xirgú por escrito solicitando una representación especial compatible con su horario de trabajo que se celebró dos días más tarde a las dos de la madrugada con asistencia de actores, autores, críticos y otras gentes del mundo de la farándula; le tributaron una gran ovación que se repitió a lo largo de la representación hasta la caída del telón.

La obra tuvo un éxito clamoroso y la crítica estuvo dividida, con juicios más favorables que desfavorables. Pese a todo “Yerma” alcanzó las cien representaciones el día 12 de marzo de1935. A partir de ahí la obra fue prohibida y no volvió a los escenarios hasta 1960 de la mano de Luis Escobar como hemos comentado.

La otra reposición a la que he hecho referencia: “DON ARMANDO GRESCA”, de Adrián Ortega, estrenada en el Teatro Cómico el 9 de septiembre de 1960. Esta obra de escasa calidad literaria, supongo que sin pretensiones, - ¡que a lo peor las tiene!- (escribe F.C. Sainz de Robles) logró superar a sus similares en la presente temporada; consiguió llegar a las 100 representaciones. Creo que el mérito habría que atribuírselo a Rafaela Aparicio, Adrián Ortega y José Alfayate, que fueron sus protagonistas.

Hay un dato curioso que seguramente convendría destacar aquí: a pesar de la gran variedad de estrenos -muchos de ellos de reconocido valor artístico, cultural, e indudables méritos-, la obra que consiguió mantenerse en cartel durante más tiempo, mayor éxito de taquilla -y por tanto mayor recaudación-, en esta temporada, fue “LAS COSAS DE PAPÁ Y MAMÁ” de Alfonso Paso; más de trescientas representaciones en Madrid.

Alfonso Paso, sin lugar a dudas el autor más prolífero de los comediógrafos españoles de posguerra –cuenta con más de un centenar de comedias, algunas de ellas traducidas a diversos idiomas-, ofrece una extraordinariamente extensa producción que parte del humor realista para desembocar en crítica social de escasa profundidad. Inundó los escenarios españoles de género ligero: tragicomedias, comedias, sainetes, juegos cómicos de sociedad, que le catapultaron a la fama; de ahí el fenómeno al que nos hemos referido.

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