Copyright 2024 - Custom text here

LA ASOCIACION DE LA RABIDA- ATENEO DE MADRID

Inicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivado
 

 

 

 

LA ASOCIACIÓN DE LA RÁBIDA- ATENEO DE MADRID

La Asociación de la Rábida había programado un ciclo de lectura con el fin de revisar el teatro español en lo que va de siglo; estas lecturas fueron muy bien acogidas por el público que llenaba el salón de actos del Ateneo, de Madrid, donde se estaban celebrando con bastante éxito. Esto animó a los organizadores, cuya cabeza visible era Rafael Ansón, a clausurar el ciclo de lecturas con la representación de una obra de teatro de un autor español ya consagrado.

Se dio la circunstancia de que nuestro grupo SKENE venía realizando, durante esos meses, una intensa actividad teatral por diferentes colegios mayores, además de en la Casa de Murcia –que era nuestra sala habitual-, esto había tenido alguna repercusión dentro del ámbito de los teatros de cámara y, como consecuencia, se publicaban reseñas, comentarios y algunas entrevistas en las que yo hablaba de las cosas que estábamos haciendo o preparando. En alguna de ellas debí comentar -entre nuestros proyectos-, la intención de reponer “EN LA ARDIENTE OSCURIDAD”, una de las obras más emblemáticas de Antonio Buero Vallejo. Como consecuencia, Rafael Ansón me propuso que fuera nuestro grupo el que se encargara de cerrar el ciclo con esta representación y yo acepté encantado; nos pusimos a trabajar sobre la marcha, con ilusión renovada, y con el firme propósito de aprovechar esta oportunidad ofreciendo una puesta en escena, a niveles de “perfección”–sin regatear esfuerzos en el intento-, y con ambición profesional.

Había dos motivos que estimulaban mi decidido propósito: que esta oportunidad superaba –en mucho- nuestro ámbito de actuación. Y que había conseguido ponerle orla a un proyecto personal que me tenía obsesionado; meterme en la piel de un personaje que me proporcionara la oportunidad de experimentar las sensaciones, sacrificios y sufrimientos por los que tuvo que pasar mi madre al quedar –por uno de esos crueles avatares de la vida- privada de la vista, ciega, con la misma edad con que yo asumía ahora el personaje. Me hice el propósito de no acometer una actuación efectista, sobreactuada, huyendo de una dramatización gesticular, intentando que el personaje absorbiera el dolor, la desesperación, la rabia de encontrarse sumido en un mundo de oscuridad y sombras inciertas, conjugando todos esos conceptos tan desquiciantes -decepción y rebeldía- a través de los sentimientos para que el espectador pudiera asumir el dolor y la tragedia del personaje a través de una emoción compartida.

Mi madre se rebelaba ante Dios con los brazos en alto, intentando una explicación a esta decisión tan injusta, implorando con rabia contenida, la caridad de la comprensión…, hasta que el dolor le hacía caer de rodillas sumida en la desesperación y la impotencia. Son imágenes que tengo grabadas en la retina de mis ojos y en lo más profundo de mi corazón. Por eso, al introducirme en el personaje -Ignacio, sobre el que recae la responsabilidad de la acción-, asumiendo su tragedia, empapado de la rebeldía que irradia la incomprensión de su ceguera, aferrándose a su inconformismo al no comprender por qué las maravillas de la creación le habían sido a él negadas, de un modo contenido en la forma pero desgarrador en el fondo, estalla ante los cristales de la ventana mostrando su desesperación por la falta de visión ante aquellas cosas bellas que nunca podrá contemplar: ”…ahora están brillando las estrellas con todo su esplendor, y que los videntes gozan de la maravilla de su presencia. Esos mundos lejanísimos están ahí, tras los cristales, al alcance de nuestra vista… si la tuviéramos”. Se producía un paralelismo, tan real, que suponía una repetición de las vividas con mi madre, en situaciones parecidas, en su deseo de recuperar el gozo visual de las cosas que –como Ignacio- ya nunca podrá contemplar.

Sumido en la oscuridad, Ignacio -como mi madre- adivina y ama las estrellas -las cosas que le son vedadas por su ceguera- en mi madre, antes de su desgracia, normales y cotidianas-; cómo llegar hasta ellas, cómo alcanzarlas y dejar en el recuerdo las semillas del dolor.

Ignacio aprovecha cualquier situación para mostrar a sus compañeros de colegio –ciegos como él- la imposibilidad de sentirse normal ante tanta carencia, mostrando su rebeldía ante la posición, frontalmente opuesta de Carlos –líder del grupo-, el conformismo gracioso de Miguelín, y la ternura de Juana que no sabe a qué lado inclinarse. Ignacio dramatiza cualquier situación –con angustia contenida- ante las limitaciones que marcan la diferencia entre personas ciegas y las que no lo están:

Fue al bajar los escalones. Seguramente a vosotros os habrá ocurrido alguna vez. Uno cuenta y cree que han terminado. Entonces se adelanta confi adamente el pie y se pega un gran pisotón en el suelo. Yo lo pegué, y el corazón me dio un vuelco. Apenas podía tenerme en pie, las piernas se me habían convertido en algodón, y las muchachas se estaban riendo a carcajadas…”.

La decepción de mi madre era manifiesta cuando calculaba mal y daba un pisotón en falso; no soportaba estas situaciones, según ella tan humillantes, que se producían a pesar de su capacidad de adaptación que poco a poco fue superando con mucho sacrificio.

En ese ambiente de coincidencias y recuerdos terminó el tiempo de los ensayos y llegó la hora de presentar nuestro trabajo ante el gran público que es en definitiva el que tiene la última palabra, y la crítica que, en este caso, parecía tener prevista su asistencia.

La obra, en su conjunto, presenta a un grupo de jóvenes estudiantes, privados del don de la vista, sumidos en la problemática de su ceguera con visiones muy distintas, que hacen transcurrir la trama por unos derroteros de discrepancia capaz de desembocar en un drama imprevisible.

 

El teatro de cámara SKENE de la Casa de Murcia cierra el ciclo de lecturas dramáticas organizado por la Asociación Rábida, en el Ateneo de Madrid, con la representación de “En la ardiente oscuridad” de Buero Vallejo.

 

“EN LA ARDIENTE OSCURIDAD”, drama en tres actos de Antonio Buero Vallejo. Reposición: Ateneo de Madrid, 8 de mayo de 1960. Dirección Francisco Javier Banegas. Intérpretes: Elisa: María Rosa Huertas, Andrés: José Marzo, Pedro: Raúl Sucre, Lolita: Isabel Álvarez, Carlos: Enrique Miguel, Juana: Estrella Pérez Valero, Miguelín: Euquerio Olmos, Esperanza: Conchita Lugo, Ignacio: Francisco J. Banegas, Don Pablo: José Ángel Abad, El padre: Jesús San Gil, Doña Pepita: Moly Rodríguez.

Durante toda la representación, el público que llenaba totalmente el salón de actos del Ateneo, presenció la obra con emoción contenida, contagiados por el desarrollo dramático y el interés creciente de lo que allí estaba ocurriendo; era tal el clímax que envolvía la sala que parecía contener la respiración del espectador, entregado plenamente a la situación dramática que se estaba produciendo; el público arrancó en aplausos al fi nalizar el primer acto, y estos se repitieron a lo largo de la representación y al finalizar la obra en un alarde de entusiasmo digno de mención. Al día siguiente, la crítica nos obsequió con comentarios muy favorables; todas más o menos coincidentes:

La Asociación de la Rábida organizó un ciclo de lecturas con el fi n de revisar el teatro español en lo que va de siglo. Anteayer se celebró la sesión de clausura en el Ateneo de Madrid, y en ella Skene (teatro de cámara y ensayo de la Casa de Murcia) dio una excelente versión de la obra de Buero Vallejo “En la ardiente oscuridad”. Fue dirigida –dirección muy inteligente y muy cuidada- por Francisco Javier Banegas. Los altos valores dramáticos de la obra tuvieron adecuada expresión en cada momento, y los aplausos sonaron constantemente en el salón de actos del Ateneo. Los actores (mencionados por orden de aparición) y el director tuvieron que saludar repetidas veces.

Fue, igualmente, muy aplaudido el magnífico ensayo escrito por el ilustre crítico teatral Arcadio Baquero, ensayo que fue dado a conocer con gran satisfacción del público que llenaba ampliamente el salón

(Hoja del lunes”; “Dígame”: 10/5/1960)

En el programa de mano figura el siguiente texto que reproduzco literalmente:

Con la representación de “EN LA ARDIENTE OSCURIDAD”, del ilustre y ya consagrado Antonio Buero Vallejo, queda terminado el ciclo de lecturas que la Asociación de la Rábida organizó con el fi n de hacer un estudio de lo que el Teatro español ha signifi cado durante la primera mitad del presente siglo.

No ignoramos quienes iniciamos esta empresa las múltiples difi cultades con que habían de tropezar para el logro de su propósito; pero merced al empeño que se puso en la tarea y, sobre todo, a la colaboración entusiasta de cuantas entidades y cuadros artísticos nos ayudaron con su actuación, hoy podemos anticipar que estas lecturas han sido el comienzo de algo de mayor envergadura que pensamos llevar a cabo en años sucesivos.

Hemos pretendido, llevando un orden casi cronológico, resaltar los valores de quienes llenaron durante cincuenta años, con la llama de su ingenio, los escenarios españoles, y desde D. José Echegaray a Buero Vallejo, pasando por la gloriosa fi gura de D. Jacinto Benavente, la chispeante gracia de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, el gracejo madrileñista de Carlos Arniches, la desbordante comicidad de Muñoz Seca, el lirismo poético de José María Pemán y Federico García Lorca, la profundidad literaria de Unamuno y Valle Inclán, el teatro apasionante de Joaquín Dicenta y la original personalidad de Miguel Mihura y Jardiel Poncela, todos han venido a demostrarnos las muchas virtudes que su obra literaria encerraba y como inyectando mucha de su savia en los nuevos e indiscutibles valores de la juventud, se puede llegar a conseguir que nuestro teatro alcance en plazo no muy lejano las cimas inmarcesibles de sus mejores tiempos.

Apremios de tiempo y causas de fuerza mayor que no hemos podido vencer, han hecho que no fi guren al lado de los citados otros hombres que, por derecho propio, hubieran debido fi gurar, pero que no estuvieron ausentes en nuestra imaginación y en nuestro recuerdo.

Personalidades ilustres dentro del campo del teatro se han dignado honrarnos con sus brillantes intervenciones, no hay que decir cuánta es nuestra gratitud por su generosidad.´

Y por último, sería injusto que no mencionásemos aquí las muchas facilidades que nos han sido dispensadas por el Ateneo, en cuyo Salón de Actos tuvieron lugar estas lecturas y que, una vez más, fue el marco adecuado de las más variadas inquietudes artísticas.

Yo no podía imaginar que ese anuncio a que hacía referencia la Asociación de la Rábida, en el programa: Hoy podemos anticipar que estas lecturas han sido el comienzo de algo de mayor envergadura que pensamos llevar a cabo en años sucesivos; me iba a afectar a mí tan directamente.

Esa misma noche, después de la representación, tras las felicitaciones, Rafael Ansón me propuso hacerme cargo como director del Teatro de Cámara de la Asociación de la Rábida, con sede en el Ateneo. Fue una de las alegrías más grandes que he recibido en mi vida.

Ansón tenía en proyecto poner en marcha un concurso de teatro para este año y sucesivos; tras una labor de selección previa quedarían elegidos los seis grupos más representativos; tras el estreno de las obras propuestas un jurado compuesto por personalidades de la cultura y del teatro en particular, sería el encargado de conceder un premio para el ganador -de cuantía similar al de otros premios de parecido corte, el Calderón de la Barca, por ejemplo. Nosotros como grupo perteneciente a la organización seriamos uno de los participantes –en primer lugar de actuación por ser los anfitriones- y estaríamos sometidos al criterio del jurado que con toda seguridad sería mucho más exigente que con las otras agrupaciones. La idea era muy ambiciosa pues la pretensión es que las obras a representar ofrecieran rasgos de calidad profesional, con grupos muy experimentados que ofrecieran un claro perfil avalado por la experiencia; sin cerrar las puertas a otros proyectos más recientes que se distinguieran por una propuesta innovadora y original.

La cosa estaba muy clara y a ello nos pusimos, a trabajar con mucho entusiasmo. Naturalmente, quisimos hacer las cosas bien, despidiéndonos de la Casa de Murcia -nuestra sede y patrocinio hasta ese momento-, ofreciéndole a nuestro público habitual una representación de “En la ardiente oscuridad” con el mismo entusiasmo que la realizada en el Ateneo. Esta tuvo lugar unos días más tarde, el 28 de mayo de 1960. Fue una despedida muy emotiva.

Una de mis primeras preocupaciones fue decidir con qué obra nos presentaríamos al concurso. Teniendo en cuenta que éramos el grupo anfitrión debería ser una pieza digna de un proyecto tan ambicioso, y de estreno en España; con la particularidad de que esta vez no tendría que preocuparme por el papel que yo representaría pues había decidido dedicarme exclusivamente a dirigir y a centrar todo mi esfuerzo en lograr una representación lo más cuidada posible en todos los aspectos. Era un reto y una oportunidad que me propuse aprovechar.

No obstante, como todo esto llevaría un proceso de preparación y un tiempo de gestión que posiblemente se prolongaría durante varios meses, pensé que nuestro grupo podría ir calentando el ambiente con otras propuestas de las que teníamos en proyecto antes de saber que se iba a producir esta movida tan favorable y, ofrecer mientras tanto, otros espectáculos para que el público nos conociera en una temática más variada. Pero de eso habría tiempo suficiente pues teníamos todo el verano por delante.

Por otra parte yo tenía una promesa que cumplir, y al mismo tiempo corresponder a un favor: el director del grupo de teatro ISODEL –José Ángel Abad- y su actriz principal –Moly Rodríguez- me habían hecho la caridad de representar los personajes de Don Pablo y Doña Pepita en la obra de Buero Vallejo “EN LA ARDIENTE OSCURIDAD”; papeles muy difíciles de cubrir por razones de edad, ellos lo hicieron -muy bien por cierto-, con el compromiso, por mi parte, de compartir protagonismo con Moly en un proyecto de José Ángel; una obra de Peter Blackmore : “MAREA BAJA”, en el Teatro Parque Móvil. Tuvo lugar el 25 de junio de 1960. La puesta en escena muy cuidada; fue una experiencia muy bonita e interesante.

                    El grupo, momentos antes de la representación.

 

 

 

Con Pedro Suz, Maribel García y Moly Rodríguez, en “Marea Baja”, de Peter Blakmore, en el teatro Parque Móvil, dirigida por José Ángel Abad.

 

 

 

 

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar

Buscar

f t g m