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AL NO PODER ABRAZAROS: UNA ORACIÓN

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  SIN PODER ABRAZAROS: UNA ORACIÓN  

 

Son tiempos de incertidumbre, de fragilidad para los que el ser humano no parece preparado. Casi todo se explica desde el miedo o el fracaso. Vamos aprendiendo sobre la marcha. Nadie sabe en realidad, qué nos espera. Psicólogos y psiquiatras han advertido de que en casos terribles de catástrofes o en trance de calamidades universales, cuando desaparecen los seres queridos sin dejar rastro de su muerte, pueden producirse, especialmente en sus familiares más directos, neurosis obsesivo convulsivas, derivadas del choque tremendo producido por ausencias imprevistas y definitivas. Todos queremos, en fin, para los que amamos, una despedida -la imposible despedida, al menos, de estar a su lado y sentir cerca de nosotros el misterio de la muerte-; todos necesitamos un momento de compañía desoladora de los muertos.

Llevamos, y seguiremos llevando en el fondo de nuestras almas, las desgarradoras imágenes -ese escenario parecía hoy imposible- causadas por el coronavirus, muchas de las cuales -las primeras y más sobrecogedoras- las hemos ido percibiendo en dolorosa e importante instantaneidad. Han sido momentos tremendos, extraordinarios, en los que hemos asistido al desplome brutal de la realidad, a la transgresión de las normas, a la impotencia por hacerle frente, a la subversión impositiva del orden: la interrupción del ritmo, del trabajo y de la vida.

Pensad en una misteriosa, colectiva, desgarrante incineración, fuera de toda previsión y todo reglamento. No regresaremos a nuestras casas con las cenizas de aquellos que fueron nuestro amor y nuestra compañía: las urnas que ya no podrán contenerlas (porque nunca podremos identificarlos con certeza) serán los vasos estremecidos de nuestros corazones. En el plano de la fe tendremos que refugiarnos en las fuertes creencias que subliman paradójicamente nuestra existencia. Quedaremos para siempre perplejos y alucinados, reducidos a la soledad clamorosa de nuestras habitaciones. 

No tendremos al alcance de nuestras visitas el reposo de los cementerios ni el consuelo de los epitafios. En los cementerios están depositados los cuerpos de los que participaron entrañablemente en la curva de nuestra existencia, y parece como si nos rodeara un calor tibio al saber que cumplimos amorosamente, con misericordia, el deber de enterrarlos.

Porque a todos nos consume la rara necesidad de saber donde reposan nuestros familiares y amigos; en qué lugar oscuro de la tierra están nuestros padres, todos aquellos que amamos con intensidad irrepetible. Hay un momento sentimental en que aparece en el equilibrio inestable de nuestras vidas el deseo de volver a casa donde nacimos. También hay un momento en que, forzosamente, tenemos que rezar unos minutos arrodillados en la tierra que cubre a nuestros mayores y, en ocasiones, dolorosamente, a nuestros hijos. Dos polos magnéticos contradictorios, hacia los cuales, y donde oscila, alternativamente, la aguja confundida de nuestra brújula espiritual.

Nosotros pensamos sobre la tumba definida de nuestros seres queridos, mientras leemos otra vez sus nombres -tantas veces repetidos en el hogar-, en todos los que no pueden ir a visitar a sus muertos, en las largas y antiguas travesías, que han tenido para siempre una tumba movediza, hecha de recuerdos, silencio y profundidad. Tumbas sin límites conocidos, imposibles de visitar, sin lapidas indicativas; tumbas abiertas bajo el sol  o la lluvia, que no han puesto la ternura de la tabla sobre el rostro sin luz y sin expresión.

En todos estos casos catastróficos, el hombre se ha visto impelido dramáticamente en el afán de identificar a los cadáveres; por el deseo de discernir, entre un montón de restos calcinados,un pequeño detalle para el recuerdo.

Vosotros que habéis desaparecido en el tumulto de la pandemia; que no habéis tenido ni un instante de comunicación con aquellos que os esperaban, y que han tenido que deciros adiós sin poder abrazaros, recibid desde este mundo conturbado e injusto nuestra oración conmovida, todo el dolor que sentimos en nuestras manos que no pueden alcanzaros y que ahora hacen la Señal de la Cruz, crispadas, resignadas, incluido aquellos  que dicen no ser creyentes gracias a Dios.

 elblogdepacobanegas  27/4/2020

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