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MI PRIIMERA EXPERIENCIA EN TELEVISIÓN

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MI PRIMERA EXPERIENCIA EN TELEVISIÓN

Aquel año de 1960 Televisión Española había cumplido cuatro desde su primera emisión el 26 de octubre de 1956. Se emitían todavía pocas horas pero ya tenía una programación en la que se incorporaban espacios de ficción que realizaban Domingo Almendros, Fernando García de la Vega… Se hacía en riguroso directo, a tumba abierta como se decía, tras unos pocos ensayos. Los estudios estaban situados en un pequeño chalet en Paseo de la Habana, de Madrid. En ese tiempo Domingo Almendros estaba realizando una serie titulada “LA GRAN ESTAFA” en la que yo tuve la suerte de conseguir un pequeño papel que me proporcionó grandes satisfacciones, pues no solamente me dio la oportunidad de ser testigo de aquel experimento –la televisión se inventaba cada día-, sino de formar parte del grupo que tuvo la fortuna de vivir –en primera persona- aquellas experiencias de lo que más tarde sería la televisión actual.

Aunque era muy reducido el número de telespectadores que tenían el privilegio de asomarse a las pantallas de aquellos rudimentarios televisores, era una sensación especial la que producía saber que tu imagen estaba saliendo al aire y transmitida a través de no sé qué ondas, a unos cuantos kilómetros, no muchos, pues la capacidad de enlace de televisión en aquellos años era muy reducida, casi testimonial. La televisión, en España, nació de pago, se cobraba un pequeño canon que se hacía efectivo a través del servicio de correos.

Entre mis papeles encuentro una página de la revista “Tele Radio” en la que figura una fotografía, en cuyo pie de foto viene el siguiente texto: “Un gran plano general de la realización del último capítulo de “La gran estafa”, un guión adaptado por Enrique Domínguez Millán y realizado por Domingo Almendros. En primer término, el regidor del espacio, Enrique Montes, da letra a los actores Jesús Puente, Modesto Blas y Francisco Banegas.”

                                 Revista Teleradio: teatro en televisión

 

El estudio desde donde se emitía el capítulo correspondiente era minúsculo –apenas 90 metros-, pero en ese espacio había que ubicar los decorados, las cámaras, las rudimentarias “plumbicones” -unos armatostes enormes-, una pequeña grúa, el atril con los rótulos, la jirafa de sonido, -naturalmente todo ello con sus auxiliares-, el regidor que hacía de todo, hasta apuntar la letra a los actores, y otros técnicos necesarios para poner un “parche” si algo se desplomaba, un foco de iluminación -por ejemplo- que ataban con una cuerda. El decorado, como se puede apreciar en la fotografía, era una cosa minúscula, apenas había espacio para que se movieran los actores, una especie de mini-tríptico que desaforaba en la menor oportunidad; y la famosa mosca, que estaba en todas partes, incluida la lente de cualquier cámara en plena retransmisión. Bueno, las moscas eran una pesadilla, estaban revoloteando hasta en los bocadillos de tortilla, calamares, o café –el alcohol estaba prohibido, incluida la cerveza-, que servían en un diminuto bar situado en un holecillo donde apenas cabía una barra de dos metros -que atendía la familia Montes- y un sofá, irrompible por cierto, pues ha permanecido no sé si hasta el desalojo del edifi cio, pero casi.

En el mismo estudio se desarrollaba toda la programación, “Estudio 1” lucía su rótulo, daba igual no había otro, ni siquiera otro espacio, solo una estrecha escalera que conducía a la parte de arriba donde estaba el control de realización, y los pequeños despachos para los directivos: José Luis Colina, José de las Casas, Victoriano Fernández Asís, Mariano Ozores…, no sé si juntos, o unos antes que otros; no recuerdo si alguno de ellos tuvo que compartir espacio, salvo el del censor –el encargado de cubrir escotes con el famoso chal- que naturalmente ocupaba el más grande. La programación exigía cambios de escenario que se solucionaban sobre la marcha, superponiendo un forillo encima del otro, por lo que los decorados tenían que ser tan finos como el papel; se cambiaban sobre la marcha, por ejemplo para el telediario que presentaban Laura Valenzuela y Blanca Álvarez, -más tarde se incorporaría Jesús Álvarez-. La publicidad se hacía en directo –personalizada en las propias presentadoras-; alguna vez, después de un largo parrafazo sobre las excelencias de un determinado producto, se les olvidaba decir el nombre. Los telediarios funcionaban con escasa regularidad y destartalados medios: dos viejas máquinas de escribir, un rudimentario teletipo, que funcionaba a veces, y un teléfono de intermitente operatividad. Los realizadores, que aportan más entusiasmo que experiencia, se van adaptando a este innovador medio de comunicación que, arropado por la fuerza de la novedad, cada vez despierta más entusiasmo. A Gustavo Pérez Puig se le ocurrió ese invento del <play back> -que fue muy celebrado-, donde virtuosos actores y actrices mueven la boca mientras suena una banda sonora grabada por profesionales.

Los grandes acontecimientos colaboran al engrandecimiento de la televisión que, para atenderlos, se ve obligada a reforzar su equipamiento –costosos enlaces y repetidores- con el fin de conseguir que la señal –la imagen- llegue a los televisores sin interferencias, lo que requiere cada vez mayor presupuesto y especialización técnica. El 15 de diciembre de 1960 se produce un acontecimiento de gran boato y protocolo, que retransmitido a través de Eurovisión, pone en duda la capacidad de TVE para atender el evento: una española perteneciente a la nobleza, llamada Fabiola de Mora y Aragón, se casa con el Rey Balduino de Bélgica; la gente se agolpa en los escaparates de los comercios, y los bares con televisión hacen su agosto: la retransmisión en directo del acontecimiento dispara la venta de televisores.

Así, más o menos, transcurrían aquellos primeros tiempos de Televisión Española en los diminutos estudios de Paseo de la Habana, en Madrid; el proceso fue más lento de lo esperado, porque la falta de medios era manifi estamente mejorable, pero había mucha voluntad y no se regatearon esfuerzos por parte de los profesionales que en aquellos heroicos momentos tuvieron la responsabilidad de “inventar” nuestra televisión, hasta lograr que se incorporara -como uno de los grandes- a aquel gran proyecto de futuro, más tarde convertido en el más poderoso medio de comunicación que jamás haya conocido el mundo. Posiblemente, superado después por Internet.

 

Internet.

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