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EL MUNDO MAGICO DEL TEATRO EN LOS AÑOS 60

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EL MUNDO MÁGICO DEL TEATRO EN LOS AÑOS 60

FLASH BACK

 

 

De ninguna manera había pasado por mi cabeza la posibilidad de participar, y mucho menos dedicarme al teatro, o a cualquier manifestación relacionada con el cine, televisión, o medios de comunicación en general, como así ocurrió después. Yo llegué a Madrid dispuesto a abrirme camino, como fuera, pero desde una perspectiva más pragmática, más realista a corto plazo, nunca imaginé que esta andadura por los teatros de cámara de la ciudad -que al principio solo era un experimento- podría prender en mí como lo hizo, y marcar mi vida de una forma radicalmente opuesta siendo prólogo, además, de otras actividades directamente relacionadas.

Yo era Profesor Mercantil, al crearse la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, dándonos la oportunidad de convalidar el título con un curso de reciclaje, era otra de mis metas una vez instalado en Madrid. Pero la casualidad hizo de mí un improvisado colaborador de pequeñas representaciones de teatro de cámara que, por cierto, tenían bastante audiencia y, dependiendo de qué agrupaciones, ayuda económica, lo que permitía hacer, con relativa frecuencia, experimentos arriesgados y costosos: podríamos destacar aquí el excelente montaje de “Romeo y Julieta”, de Shakespeare, interpretado en sus dos principales papeles por Carmen de la Maza y Jesús Aristu, dirigido por Víctor Andrés Catena, con un numeroso reparto en el que, entre otros actores, figuraba Teófilo Calle, Rafael Sepúlveda, Carlos Boldo, José Segura, José Caride, y yo mismo. Bajo los auspicios del Ministerio de Educación Nacional y patrocinado por el Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid, se representó al aire libre en la Plaza de las Comendadoras, en un magnifico escenario, con buen decorado y medios técnicos suficientes. Durante varios días fue un festejo muy concurrido y de éxito. Este proyecto fue un referente para mí, pues era la primera vez que intervenía en una representación de estas características, con un planteamiento muy parecido al del teatro profesional

Mi participación era cada vez más frecuente en este tipo de representaciones y me convertí en un asiduo colaborador, cada vez más solicitado, incluso por otros grupos, situación que yo acepté encantado a pesar de las reticencias de la época pues lo de dedicarse a esto no estaba bien visto por aquel entonces. Para nuestras familias el teatro era una profesión sin presente y sin futuro, éramos los de la farándula, un término que se empleaba en tono peyorativo; y algo de razón sí que tenían, todo era como muy estrafalario, más tiesos que la mojama, sin un mal céntimo que llevarse al bolsillo; un mundo sombrío y, en apariencia, miserable. Pero algo muy especial debía tener aquel grupo de soñadores y, en general, el mundo del teatro pues quedé atrapado, pegado como una lapa y con el gusanillo muy incrustado, jamás logré desprenderme de él. Yo era entonces un muchacho atípico en aquel enrarecido ambiente de los teatros de cámara; disponía de dinero, vestía con cierta apariencia, estaba ocupado todo el día en otras tareas, y solo era uno más de ellos cuando había ensayo, representación, o coincidíamos en algún evento teatral o en el café Gijón. Mi actividad profesional chocaba frontalmente con aquel mundo mágico, soñador, fascinante, contagioso…

Era director administrativo en una empresa constructora de carreteras: Acopios y Suministros. S.A., O’Donnell núm. 8. Madrid. (También oficinas en Lugo). Su propietario, Madín Rodríguez Rosón –que pilotaba personalmente aquella empresa-, era el presidente de la Asociación Nacional de Alféreces Provisionales. Es fácil imaginar lo que esto significaba en aquel entonces, el papel que esos jóvenes desempeñaron en la guerra civil española, y la influencia que ejercieron después de la contienda (solo hay que recordar las famosas concentraciones del Cerro de Garabitas). Eran universitarios de entonces, convertidos en militares profesionales para combatir en el bando nacional, equiparable a las Milicias Universitarias, afortunadamente sin guerra, desaparecidas al poner en práctica el proyecto de ejército profesional y no ser obligatorio el servicio militar de reemplazo. Yo las hice; los cursos de formación en Montejaque -en la serranía de Ronda-, en los veranos de 1954 y 1955, y las prácticas en Galicia, en Ferrol del Caudillo, en el regimiento de infantería Mérida 44 al mando del entonces coronel Lobo; fue una experiencia interesante de la que posiblemente hablaré en otro momento.

Personal y profesionalmente estaba muy bien considerado en la empresa y me convertí en el hombre de confianza, en la práctica era adjunto a la dirección. Tenía a mi cargo la relación personal con los ingenieros y ayudantes de Obras Públicas, controles y certificaciones de obra, fundamental, mis comidas con ellos eran frecuentes; así como la gestión de subastas y adjudicaciones, la cercanía de unas obras a otras, por razones obvias, y los acuerdos con la competencia más influyente, hoy por ti mañana por mí. Pero esto requiere una vuelta atrás para comentar cómo se originó esta circunstancia.

Me viene a la memoria un nombre: Guillermo Conesa Ripoll, Interventor del Banco de Crédito Industrial, en Madrid. Lo conocí en Murcia, en la Escuela Superior de Comercio, yo estaba en quinto curso (segundo del profesorado), el último año para graduarme como Profesor Mercantil. Él había ido –estaba matriculado- para examinarse de algunas asignaturas que le faltaban para terminar la carrera. Un buen día, el profesor titular de la asignatura de Cálculo -del que Guillermo Conesa era muy amigo-, me llamó a su despacho: Banegas, necesito pedirle un favor, tengo un amigo que ha venido a examinarse de mi asignatura y para hacer las cosas bien me gustaría que en estos 15 días que faltan para el examen, además de asistir a las clases que pueda, usted le dé algunas particulares y, sobre todo, que repasen y aclaren dudas sobre los temas que, con especial interés, hemos estudiado durante el curso. Fue un gran honor que uno de los profesores más exigentes de la carrera confiara en mí para un asunto tan delicado. Me lo tomé muy en serio, todas las tardes nos reuníamos en el café Santos, cercano a la calle Trapería, de Murcia, y dedicábamos unas horas a repasar los temas que yo sabía interesaban al profesor. No fue difícil, pues Conesa era un hombre muy preparado e inteligente.

Cuando llegó la fecha del examen se sentó a mi lado, puedo asegurar que no sabía de qué iba a tratar pues los nervios le jugaron una mala pasada, a pesar de ser uno de los temas que habíamos repasado, y me puso en un compromiso serio en un par de ocasiones. Con un poquito de discreta ayuda terminó el examen y aprobó la asignatura. Estaba muy agradecido, y así me lo hizo saber en varias ocasiones. Cuando terminamos todos los exámenes y él se disponía a regresar a Madrid, me preguntó qué pensaba hacer. Si te vas a Madrid, cuenta conmigo. Yo le dije que pensaba preparar oposiciones a Corredor de Comercio, hoy llamado Agente de Cambio y Bolsa. Bueno, pues ya sabes dónde me tienes.

Un año dediqué a preparar la oposición. Aquello era más duro que picar piedra en una cantera. En la pensión, la mesa de camilla al lado de la cama, y este era el paseíllo: de la mesa de camilla a la academia, de ésta a la cama, y vuelta a empezar. A pesar del tiempo transcurrido todavía podría recitar de memoria muchos de los temas, con puntos y comas. De ninguna manera fue un año perdido, pero mi paciencia no daba para más. Tras consultarlo con mis padres -siempre fueron mis cómplices, en todo, les gustara o no-, me trasladé a Madrid dispuesto a hacerme un hueco aunque fuera a codazos.

Era el año 1956. Me enamoré de Madrid como un colegial. Fue un amor a primera vista que no solo ha permanecido sino que crece y se intensifi ca con el tiempo. Tuve la suerte de elegir el centro para hospedarme y encontré alojamiento en la calle Augusto Figueroa, 29, Pensión Andrea. A un paseo muy cómodo, la Gran Vía (entonces Avda. de José Antonio), Paseo del Prado, Paseo de Recoletos, Carrera de San Jerónimo, Puerta del Sol, Cibeles, Puerta de Alcalá, Calle de Serrano, y muchos cines, los principales teatros, las más conocidas salas de fi esta, museos, los cafés más emblemáticos de la ciudad. Qué más podía pedir un muchacho de veintidós años, con ganas de vivir y de pulirse un poco.

El mismo día de mi llegada, nada más acomodarme en la pensión, decidí dar un paseo por la ciudad. Quedé hipnotizado por el esplendor de sus avenidas y edificios. Era un día gris de aspecto lluvioso y, a pesar de ello, la gente caminaba con aquel ensoñador aire de audacia valiente que a mí me pareció embriagadora. Era una ciudad cómoda y sin agobios y me preguntaba qué nuevas sensaciones y experiencias produciría esta nueva etapa de mi vida. Regresé a la pensión cuando el sol comenzaba a ponerse, se encendían los anuncios multicolores, y las calles tomaban un aspecto entrañablemente inocente con la luz baja y dorada de las farolas. Con el tiempo aprendí que a esas horas es cuando Madrid comienza a ofrecer complicidad y a adquirir el embrujo, la magia y el encanto de su ambiente nocturno tan irresistiblemente carismático. Me acosté muy pronto; pasé la noche en vela poniendo en orden mis emociones. Había iniciado una nueva fase de mi vida y, consciente de mi carácter solitario, decidí cambiar y explotar al máximo esta oportunidad, convirtiéndome en una especie de esponja que absorbiera cuantos conocimientos me proporcionara una ciudad con tantas posibilidades. Carecía de experiencia, pero era un muchacho apasionado, todavía lo soy a pesar de los años: me gusta redescubrir; percibo que la curiosidad es tan física como el amor: necesita vivir y sentirse vivir.

Era un chico de provincias, nacido en un pueblo de apenas mil habitantes –entonces había más diferencias que hoy-, y mis experiencias habían sido escasas. Aunque tenía una gran ventaja, siempre he sido responsable de mis actos, nunca he tenido la presión de mis padres o de mis hermanos, he actuado de acuerdo con mi conciencia y mi propia responsabilidad y eso, naturalmente, o te pierde irremediablemente o te hace madurar en la sensatez. Por supuesto, nunca me faltaron los consejos y, desde luego, el ejemplo de mis padres y hermanos mayores, en eso he sido un privilegiado.

Encontré empleo muy rápidamente, a la semana ya estaba trabajando, en Radio Marítima Española, empresa de fabricación de aparatos de radar, en la calle Jorge Juan. En un puesto administrativo, pero era un buen principio ya tendría tiempo de mejorar. Pasados unos días, una vez instalado en la normalidad, llamé a Guillermo Conesa a su despacho del Banco de Crédito Industrial. Recibió mi llamada con una gran simpatía, me sugirió que nos viéramos ese mismo día a comer pero quedamos al anochecer a cenar, o tomar unas tapas. Fue un encuentro muy agradable, demostró un gran interés por mí y por ayudarme en lo que necesitara, había encontrado a un amigo.

Al finalizar la velada, a una hora prudente, al día siguiente había que trabajar, tras tomar una copa en Chicote –visita obligada para todo el que pasaba por Madrid en aquellos años-, nos despedimos con el propósito de vernos próximamente.

No tardó mucho; al día siguiente, al final de la mañana recibo una llamada de Guillermo, tenía algo interesante que proponerme, tendría que trasladarme a vivir a Galicia, con lugar de residencia en Lugo, una empresa constructora de carreteras: Acopios y Suministros, SA, necesitaba director para su sucursal en aquella localidad y él había intercedido por mí, los primeros seis meses como adjunto al actual, que seguidamente se jubilaba, y yo ocuparía, a partir de ahí, su lugar. La entrevista para concretar detalles y sueldo estaba concertada para ese mismo día por la tarde. Fue muy fácil, Guillermo lo tenía todo muy bien atado, al día siguiente estaba anunciando mi próxima marcha en mi actual empresa que tuvieron la gentileza de dejarme marchar sin respetar los quince días de cortesía, solo dos, lo suficiente para hacer un traspaso ordenado a la persona que me sustituyó. Me dijeron que si algún día volvía y necesitaba empleo allí siempre tendría un sitio. Es fácil suponer con la moral que yo me encontraba en aquellos momentos, mi entrada en Madrid había sido triunfal, lo único que me entristecía era tener que abandonar esta, entonces, cómoda y atractiva ciudad de la que me había enamorado hasta los huesos. La salida para Galicia era inminente, ya me había hecho a la idea cuando de pronto me comunican que se ha pensado en que me quede trabajando un mes en la central, en Madrid, para ir tomándole el pulso a la cosa, una especie de reciclaje que luego me vendría muy bien para la conexión entre las dos oficinas, y así se hizo. Me acoplé convenientemente, mis responsabilidades fueron en aumento tanto que al final nunca me fui a Lugo, la empresa y yo parecíamos tener una conexión perfecta, se me dio el tratamiento de director administrativo para su encaje en el organigrama, y así es como me fui acostumbrando a tomarle el pulso a la ciudad, a mi nueva posición económica –bastante mejor remunerada- y a un trabajo atractivo y de responsabilidad.

 

MI EXPERIENCIA COMO DIRECTOR DE TEATRO DE CÁMARA

Como hemos comentado, en mis primeros años de juventud tuve oportunidad de participar como actor, de manera casual, en diversas obras de teatro universitario. A partir de aquí, irremediablemente, esta afición formó parte de mi vida, de mis ilusiones y proyectos. Por aquella época, final de los años 50, el teatro de aficionados, independiente o de cámara y ensayo, se encontraba muy desprotegido, resultaba por tanto una proeza, prácticamente una aventura, llevar a la práctica la puesta en escena de cualquier proyecto relacionado con la dramatización de una obra y, desde luego, imprescindible contar con el mecenazgo de algún colegio universitario, asociación cultural, o empresa altruista dispuesta a dar cobijo a uno de estos grupos y estar en posesión de un buen salón de actos donde ofrecer al público el trabajo realizado. Era una forma autodidacta de formación porque el actor no solo necesita cualidades específicas, también práctica y experiencia; esta oportunidad, salvo excepciones puntuales, solo la ofrecen las Escuelas de Arte Dramático o, en su caso, estos grupos experimentales donde la falta de medios, escaso o mínimo presupuesto, solo los puede suplir la voluntad, el entusiasmo o la perseverancia. Naturalmente, el esfuerzo necesita estímulo, una especie de recompensa teórica, algo que alimente la vanidad y de paso el reconocimiento. Lo conseguían los medios de comunicación existentes: los periódicos, algunas revistas –especialmente las de carácter cultural-, y la radio, que a través de pequeñas reseñas o comentarios de sus críticos ofrecían una valoración de los méritos conseguidos o castigaban con el silencio el fracaso o falta de interés del proyecto ofrecido: en buena parte de los casos la producción de montajes de cierta calidad partiendo de lo más innovador del teatro español y europeo.

Por otra parte la aparición de grupos dispares en su planteamiento pero con preocupación y objetivos comunes: libertad de expresión, búsqueda de un teatro realista y comprometido socialmente, hizo que el régimen político, que hasta ahora había controlado cualquier manifestación cultural progresiva, se empezara a plantear alguna ayuda, con la doble pretensión de ejercer con ella una especie de influencia subliminal, estableciendo normas de protección y estímulo para los teatros de cámara y ensayo y agrupaciones escénicas de carácter no profesional: 60.000 pesetas anuales para los que se dedicaban al teatro de cámara y 20.000 para las agrupaciones de aficionados. Además de cumplir los numerosos requisitos que la administración exigía, la ayuda resultó insignificante y de poca efectividad para aquellos colectivos teatrales sin el apoyo de una asociación que facilitara soporte e infraestructura donde poder desarrollar su actividad. Lo que no ocurría con los grupos que de alguna manera estaban protegidos por el aparato oficial, o empresa de alto standing, como los que cito a continuación.

Yo participé como actor, en aquellos años, en el Teatro Móvil del Aula de Cultura que dirigía Víctor Andrés Catana; en el Teatro de la Organización Juvenil Española que dirigía Juan Castelló; en el Teatro Parque Móvil, situado en los talleres del Metro; en la agrupación de Teatro de Cámara ISODEL que dirigía José Ángel Abad… Todos ellos con medios suficientes para presentar sus trabajos con dignidad.

Otro aspecto a tener en cuenta, como elemento fundamental, es el público asistente a estas representaciones, más numeroso y fiel en locales de asociaciones culturales, colegios mayores universitarios, o casas regionales convertidas para unos en método para la evasión y el entretenimiento colectivo y, para otros, un vehículo de cultura e instrumento de transformación social. Hay que tener en cuenta que, en aquellos años, el ocio de los españoles era un bien escaso y selectivo, pocas opciones o lejos del alcance de la mayoría. La televisión, todavía una gran desconocida para la mayoría de los españoles (pretendo situar al amable lector alrededor de 1960) solo estaba al alcance de unos pocos pues el aparato televisor -en blanco y negro- costaba tanto como un coche de pequeña cilindrada. Las emisiones regulares de Televisión Española se habían iniciado en España el 28 de octubre de 1956 -apenas había cumplido tres años- y aun cuando la expectación se mostraba extraordinaria, para la gran mayoría de españoles solo era un producto de referencia capaz de satisfacer, en un futuro próximo, una demanda de ocio doméstico no satisfecha por otras formas de entretenimiento.

Mientras tanto, El Cine español, que en este período se encuentra en una etapa renovadora, adquiere una dimensión dominante en el entretenimiento popular. Se mueve entre la trama política y la ciencia ficción y ofrece nuevas formas de crear obras especiales dentro y fuera de los modelos industriales. La aparición del llamado nuevo cine español va a dar nombres importantes en cada uno de los sectores creativos del soporte cinematográfico.

La Radio, que también es un medio de entretenimiento al que recurren las familias para sus ratos de ocio -el más importante medio de comunicación de masas hasta la llegada de la Televisión-, articula parte de la evolución social y cultural de la sociedad española. Caracterizado por su infl uencia mediática representará un modelo más cercano a los cambios aperturistas y de modernidad que tímidamente vive el país.

El Teatro, especialmente el comercial que en estos años ofrece una gran transformación; grandes autores y directores inician la magnífi ca revolución de intelectualizar el teatro español, con la incorporación de nuevas técnicas o formas de puesta en escena que provocan una renovación artística y, en cierto modo, social. Mi interés se centra especialmente en las aportaciones al Teatro de Cámara, que se encuentra en un momento de gran esplendor y se ofrece gratuito.

 

Aunque mi experiencia queda limitada a participar como actor en agrupaciones de carácter cultural universitario, mi pretensión alienta la idea de crear un grupo independiente de carácter experimental, convertido en vehículo de cultura a través de la sensibilización progresiva de un nuevo público, y la necesaria formación de sus miembros como paso previo al teatro profesional. Entro en contacto con el Centro Regional de Murcia, en Madrid, a través de un amigo: Gabriel Gutiérrez Moya, directivo de la casa. El ambiente que se respira es de carácter eminentemente familiar, de cordialidad absoluta, y muy concurrido. La gente acude por la proximidad a la tierra de origen, la facilidad con que se hacen amigos, estrecha convivencia, actividades de carácter cultural, y la posibilidad de consumir productos típicos que nos hacen sentir como en nuestra propia casa. Esta clase de centros -casi todas las provincias tienen representación- proliferan en la capital de España, ofrecen cercanía, entretenimiento, participación, y riqueza folclórica tradicional de la provincia a la que pertenecen.

No fue difícil conseguir el permiso para iniciar en ella un programa de actividades culturales de esta naturaleza: intenso, ambicioso, bien recibido por los socios y simpatizantes de la casa, que desarrollamos con el mayor entusiasmo en la medida de nuestros recursos. Rodeado de un grupo de muchachos, por suerte tan entusiastas como yo, creamos el grupo de cámara y ensayo SKENE. 31-1-1960.

Fuimos aceptados con simpatía y nos prodigamos en exceso, pues rara era la semana que no ofrecíamos algún espectáculo: representaciones teatrales, lecturas y cuentos escenificados, recitales…Era muy variada y enriquecedora la oferta, y el público nos fue fiel, pues siempre estaba el salón de actos lleno a rebosar. Contábamos con colaboraciones de personas muy reconocidas, como Julio Navarro, actor murciano muy estimado en el campo profesional, en el Madrid de aquella época, que cuando sus compromisos se lo permitían actuaba desinteresadamente con nosotros. Tuvo un gran éxito con el cuento de Giovanni Guareschí, “El camino de la fábrica”, el público aplaudía con entusiasmo. María Teresa Padilla, magnífica actriz que perteneciendo al grupo de actores del Teatro Español, tenía la gentileza de actuar con nosotros cuando podía hacerlo compatible. María Massit, que más tarde pasaría al campo profesional convertida en una magnífica actriz. Rafael Taibo, todavía una de las voces más importantes de este país. Anastasio de Campoy y José Ramón Centenero, de frecuente aparición en las carteleras profesionales. Y Moly Rodríguez que, pasado el tiempo, se convertiría en la mujer y viuda del dramaturgo más prolífico y famoso de aquella época, Alfonso Paso, entre otros muchos colaboradores a los que les debo afecto y gratitud infinita por su incondicional dedicación: Fernando Santos, Mariska Berki, Guillermo Pardo, Julián Puertas, Marisol Suárez, los rapsodas Mario de Abajo y María Esperanza Saavedra, el guitarrista Eduardo Ayala, y los ayudantes de dirección Francisco Cano y Ángel Pastor.

Los espectáculos, dentro de la modestia de nuestros medios, se presentaban con gran solemnidad, siempre se hacía una presentación comentada de lo que ofrecíamos y tuvimos la suerte de contar para ello con la colaboración de un joven triunfador de la época, el locutor de radio Adolfo Fernández, un murciano que tras hacerse con la audiencia retransmitiendo y solicitando ayuda para los afectados por las trágicamente famosas riadas de Valencia del año 1957, estuvo en directo ante el micrófono días enteros informando de la tragedia y solicitando ayuda con el programa Murcia por Valencia. Se recibían multitud de llamadas de solidaridad con los ofrecimientos más insólitos, todo el mundo quería colaborar; destaca la presencia del arzobispo de Valencia, Marcelino Ataechea, con el gesto inmenso de desprenderse de su anillo; la colaboración muy activa de uno de los mitos más apreciados de aquella España de los años cincuenta, Carmen Sevilla, aportó mucha frescura. Adolfo Fernández se ganó el corazón de España al frente de la gran subasta de Radio Juventud, de Murcia, solicitando recursos para los afectados. Un movimiento de solidaridad histórico que generó una corriente de simpatía y apoyo para los valencianos, retransmitido en cadena por todo el país, a través de las emisoras de Radio Juventud, en directo, sin guión previo: lo importante era la tragedia humana de ver desaparecer una ciudad bajo las aguas y la muerte de muchas personas. La gran subasta fue un trampolín que le catapultó a la fama y, tras su gran éxito, a Madrid donde Bobby Deglané lo fichó para la Cadena Ser. Se llegó a comentar que la historia de la Radio contemplaba dos hechos históricos: La guerra de los mundos de Orson Wells y La gran subasta.

 

 

 

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