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AHORA O NUNCA

EL BREXIT: LEGITIMIDAD ESPAÑOLA SOBRE GIBRALTAR.

El pasado miércoles 29 de marzo se consumó la desconexión oficial de Gran Bretaña con la Unión Europea. El embajador británico acreditado en la Unión entregó al presidente del Consejo de Europa la solemne carta de Teresa May que confirma su intención de abandonar definitivamente con una misiva en la que, con tono afable, desliza chantaje entre buenos deseos. El Gobierno británico se marcha, pero al mismo tiempo aspira a seguir disfrutando del mercado único y de una Europa sin fronteras. Una desconexión a la carta. Ahora se trata de controlar los daños de la UE no del que ha decidido abandonar tras sus reiteradas proclamas antieuropeas. Los británicos han decidido dar portazo tras cumplir 44 años como socios. Si hasta ese momento existía alguna posibilidad de revertir este proceso a partir de este instante todo cambia y, aunque las negociones se desarrollen de la mejor manera, no existe ninguna posibilidad de que las cosas sean buenas para los británicos aunque vengan maquillados con expresiones como “seguiremos siendo los mejore amigos y aliados”, tanto en política como en los negocios cada uno es responsable de sus propias decisiones. Si Gran Bretaña sale incólume la Unión quedará herida de muerte.

Lo que le faltaba a la UE, oficializar su inutilidad, la poca credibilidad que provoca en los ciudadanos para los que gobierna. Ahora se celebra su 60 aniversario y cada vez se encuentra más alejada de su proyecto inicial: los Estados Unidos de Europa. Si prescindimos de la demagogia, de los intereses partidistas, del filón que representa para los partidos que hasta ahora han domina el cotarro, a ver que encuesta resistiría las críticas del pueblo comunitario, o cuantas razones de aprobación darían los ciudadanos de los pises integrantes. Ahí tenemos Grecia –sólo faltó el canto de un euro-, Inglaterra que se marchó sin avisar, Francia que está a punto de sucumbir a la izquierda populista. El mundo ha cambiado en las dos últimas décadas y no debiéramos engañarnos sobre lo que acaba de consumarse, nada de lo que viene va a ser pensado bajo los parámetros del inicio. Y más, en esta fase inconclusa y traumática amenazada por el nacionalismo y peligrosos populismos insolidarios. Europa no es la potencia que pretendía, ni volverá a serlo. Sin una profunda reforma su resurgir económico es ya un espejismo.

De ahí la importancia del proceso que ahora comienza. El objetivo ha de ser, como ayer repitieron los responsables de las principales instituciones europeas, minimizar los daños que va a producir la insensata decisión británica de romper con sus aliados una relación de más de cuarenta años. Ahora comienza un período de negociación de dos años que solo puede prorrogarse si lo votan los 27. Aunque ambas partes han expresado su deseo de proteger a los ciudadanos, la Eurocámara podría vetar cualquier acuerdo que en los próximos dos años impida a los comunitarios en el Reino Unido tener los mismos derechos que los que residen en el país.

Pero una cosa son las aspiraciones británicas y otra la de mantener un delicado equilibrio. El Brexit ha creado un problema donde no la había, aplicando una solución equivocada para meterse en un lío innecesario. La frívola irresponsabilidad del ex premier británico, David Cameron, obliga ahora a un proceso improvisado. La UE se ve amputada de uno de sus socios estratégicos esenciales y abre una puerta que jamás creyó que algún país franquearía `pero la peor parte será, sin duda, para el Reno Unido. La ruptura total con un país tan importante, quinta economía del mundo, es un desastre para todos, pero tolerar que sigan disfrutando del club sin pagar sus cuotas ni respetar sus reglas podría animar a otros socios a tomar ese camino. En el terreno económico, Londres va a perder el acceso a su principal mercado, el europeo, e incluso en el hipotético caso de que la solución final suponga un acuerdo más o menos equivalente al actual, habrá dejado su puesto en el Consejo Europeo, donde seguirán tomando las decisiones que determinarán el futuro de ese inmenso mercado.

Inglaterra está metida en una encrucijada de carácter irreversible que no deja mucho margen de maniobra. El Brexit afectará de forma sensible a la sanidad: solo en España residen más de 300.000 británicos. A la inmigración, un fenómeno que no para. El posible abandono de algunos importantes bancos que decidan trasladarse al Continente. Las compañías aéreas con fuertes intereses que podrían pensar en trasladarse.

No menos graves van a ser las tensiones políticas provocadas por el Brexit. Su integridad territorial está bajo amenaza en Irlanda del Norte. La secesión escocesa resucita en busca de una segunda oportunidad, en solo año y medio dos referendos. En el interior del país la perspectiva, cada vez más evidente, de que para millones de británicos la vida se vuelve ahora más difícil. Por ello, resulta esencial clarificar cuanto antes las consecuencias concretas para los ciudadanos, tanto para los europeos que viven en el Reino Unido como para los británicos residentes en la UE.

El caso de Gibraltar se ha convertido en la primera señal de fuerza por parte de Bruselas en el punto que ahora empieza con Londres. En las tres décadas en las que España y el Reino Unido han compartido estatus como miembros de la Unión Europea, las autoridades comunitarias han mantenido una exquisita neutralidad en el contencioso para no dar razón a un socio en contra del otro. Sin embargo a partir de ahora, hay una intencionalidad clara de señalar un nuevo marco en el que van a primar los intereses de España con lo que tendría derecho de veto en cualquier resolución que vaya en contra de sus interese y la negociación directa entre el Reino Unido y España. Ningún acuerdo entre la Unión y Gran Bretaña puede aplicarse en Gibraltar sin aceptación de España. Este veto debe continuar, solicitando de la Unión Europea que reconozca que la cesión que hizo España fue solo sobre la ciudad de Gibraltar y sobre su puerto, pero no sobre el territorio que las rodea, y mucho menos sobre el mar adyacente. Conviene recordar, entre 1969 y 1982 la Verja de Gibraltar permaneció cerrada a la circulación de mercancías, personas y vehículos, y prohibido el tránsito aéreo. España es el principal destino de las exportaciones de Gibraltar, 190 millones de dólares. 12.000 el número de trabajadores que atraviesan cada día la Verja desde el Campo de Gibraltar. En el caso de que hubiera que aplicar estrategias de guerra, fría por supuesto, cerrar sería igual a estrangular, producir claustrofobia. O sea, copiar el fariseísmo inglés, pero con retranca y sorna española. Si el Gobierno, es decir, Rajoy, no aprovecha esta oportunidad la historia confirmará su inutilidad. Espero que los españoles también.

El presidente del Consejo de Europa, el polaco Donad Tusk, ha utilizado el caso de Gibraltar para lanzar una señal clara de que ha dejado de ser neutral en un caso que enfrenta a dos países hasta ahora miembros de la UE y ha evidenciado que, a partir de ahora defenderá los intereses del que se queda. La prensa inglesa recogió el documento con titulares combativos y el Gobierno británico es unánime, repite una frase sobre Gibraltar que pronunció Theresa May: “Estamos absolutamente firmes e el apoyo a Gibraltar”. El mensaje del ministro principal de Gibraltar, Fabian Picardo, sostiene que la negociación del Brexit incluye claramente a Gibraltar, que seguirá siendo colonia británica. Sin embargo los miembros del Gobierno español, asustados ante de las posibilidades que le brinda la UE no se atreven a despegar los labios, temerosos de les pase como al anterior ministro, García Margallo, que fue eliminado de la lista, en las pasadas elecciones, por volver a poner el agravio de Gibraltar sobre el tapete y prometió clavar la bandera española en el Peñón. La BBC señala como nota positiva que el nuevo ministro de exteriores, es más contemporizador que el anterior. Rajoy no es capaz de acertar ni a un sirviéndole la pieza a diez meros del puesto de caza, es más no dispara, la deja pasar. Si protestamos, poquito no vaya a ser que se enfaden y nos roben unos cuantos metros más. En lugar de un buque de guerra envíen a la armada completa con arena para construir una playa con expresa prohibición a los españoles.

Al margen de ironías y caricaturas. Si el Gobierno español inicia las negociaciones cediendo, con escasa firmeza, mostrando debilidad y conformándose con las migajas el resultado será el de siempre. Las tres soluciones que barajan muestran debilidad por parte de España: 1) Soberanía compartida. Ello permitiría que el Peñón siguiera siendo parte de la UE, que tuviera un Gobierno con amplia autonomía y que los ciudadanos pudieran tener doble nacionalidad. 2) Colonia británica. Supondría que se vería obstaculizado el movimiento de personas, bienes y servicios con España, la Roca seguiría bajo la soberanía del Reino Unido. 3) Independencia. Permitiría mantenerse a la UE como un ente soberano, tener las manos libres para la conservación de sociedades y la Unión garantizaría la libre circulación de personas.

Para enturbiar más las cosas, los primeros escarceos muestran enfoques opuestos de la negociación: Londres pide todo sobre la mesa –mezclando las condiciones de la salida con las de la futura relación- para ampliar su capacidad de maniobra, mientras que los europeos dicen, con razón, que hay que negociar primero la separación y que solo una vez divorciados se puede empezar a entablar una nueva relación. Del lado europeo, todos los pasos deben tener como objetivo los intereses de la UE por encima de todo, con un resultado final que debe quedar claro que es mejor estar en la unión que fuera de ella, sin que esto deba interpretarse como una venganza o una represalia, sino con pura lógica.

Los ingleses tienen una orgullosa tradición de resistir y poner límites a cualquier clase de poder absoluto. Incluso, existe la teoría de que han podido disfrutar de mayor libertad, derechos y soberanía que cualquiera de sus vecinos continentales. Sin embargo, presentar el Brexit como una liberación no deja de ser una falacia de autoconformismo entre algunos sectores de la sociedad británica. Ya sabemos que esta de moda dejarse llevar por la incertidumbre en vez de apostar por un futuro mejor, pero no deja de ser un ejercicio de engañosa y oportunista nostalgia, pegarse un tiro en el pie por puro fanatismo. El reflejo de esta clase política es la catástrofe económica. Los hijos vivirán peor que sus padres, esta es la herida abierta que ha dejado la crisis. Como decía Mark, la historia se repite, una como tragedia y otra como farsa.

3 de abril de 2017

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