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EL PSOE DIVIDIDO Y ESPAÑA PARALIZADA

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Más confusión, más incertidumbre, más desconfianza en la clase política. 

Seguimos sin Gobierno. Los políticos tendrán que reflexionar sobre el coste y las consecuencias. La derrota en la segunda votación de la investidura de Mariano Rajoy, abre un nuevo período en el que el Rey podrá proponer un nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno con expectativas reales de ganar la confianza parlamentaria.

Quedan dos meses para evitar la celebración de nuevas elecciones generales, cuyo eventual adelanto al 18 de diciembre (evitando el 25, día de navidad, triste consuelo), no dejaría de ser un fracaso sin precedentes en nuestra historia democrática. Resulta desalentador que las tácticas de partido se hayan impuesto a la estrategia que necesita la nación. La pretensión de que Rajoy ceda el paso a otro candidato es una petición que no tiene otra finalidad que poner a prueba la resistencia del PP y provocar una crisis interna. Sánchez sigue inmerso en su “no es no” con una interpretación de la democracia muy particular: Rajoy ha ganado, con mucho, en las dos elecciones hasta ahora celebradas, por tanto, si con 52 escaños menos y el peor resultado de la historia del PSOE, Rajoy tiene que marcharse, qué tendría que hacer el señor Sánchez. Y no es que yo sea ningún forofo del Presidente en funciones, como se podría aprecias leyendo mis anteriores artículos sobre este tema, pero la realidad de España exige adaptarse al terreno con una solución que no admite demora, y hay que elegir entre lo menos malo y lo peor que es sin duda un gobierno del Partido Popular: empleo, déficit, deuda pública, pensiones, educación, unidad de España, reformas institucionales e, incluso, de la Constitución que solo se pueden abordar con un amplio consenso que, de haber sido posible, llevaría ya ocho meses funcionando. Los partidos con vocación de Gobierno tienen que tener una mentalidad de Estado en la victoria y en la derrota.  

El PSOE avanza por un callejón sin salida. La obstinada negativa de Pedro Sánchez a facilitar la gobernabilidad de España está creando un clima de conflicto en el partido. El cálculo que había hecho Sánchez y su núcleo duro de que los varones no se atreverían a alzar la voz contrasta con los movimientos de Guillermo Fernández Vara, Emiliano García Page, Ximo Puig, Jiménez, y otros miembros del máximo órgano como el expresidente castellano-manchego José María Barrera, la portavoz parlamentaria Soraya Rodríguez o el exsecretario de Organización Cipriá Ciscar, han reclamado un debate en profundidad  que aceleran el proceso de contestación interna. También se espera que hable la gran ausente en el debate, la andaluza Susana Díaz que permanece callada pero se le escucha  a través de sus peones. Algo es algo. La evidencia se impone. A pesar del ruido aparente, el desafío de Sánchez supone un muro infranqueable pues, a pesar ser muchas las voces discrepantes y la influencia que se les supone, no se atreven a afrontar sus razones con firmeza. Veremos que pasa cuando se convoque tan cacareada reunión.  

Ante la alocada tozudez de ese dictadorcillo  de tercera división no cabe otra que el PSOE recupere el compromiso y responsabilidad de Estado, y con la autoridad de un partido que ha gobernado España durante más de 21 años ponga las cosas en su sitio, despoje a este personaje de atrezo de su uniforme disfraz de Hitler, y lo devuelvan al almacén acompañado de sus marionetas para que, como mucho, participen en algún espectáculo de los programados por la señora Carmena en el Ayuntamiento de Madrid.  

Fernández Vara lleva la voz cantante con su insistencia en reunir al Comité Federal. Fue el primero en defender la conveniencia de abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy, antes de dejar que el PSOE cargue con el sambenito de ser el culpable de ir a unas nuevas elecciones: a ver quién es el guapo que niega la investidura a Rajoy si se presenta con 170 votos. Pues bien, el guapo ha sido Sánchez que les ha ganado el pulso con su porfiada resistencia. La contradicción es que ninguno de los varones va más allá de su mera fachada, en el Congreso nadie se atreve a levantar la voz: el Secretario General todavía conserva demasiados poderes, y está dispuesto a utilizarlos para preservar su posición aunque para ello tenga que tomar como rehén a España y arriesgar la supervivencia del partido.  Este parece ser el principal problema, la reconstrucción del PSOE pasa por prescindir de Sánchez. Si no estuviera en juego su liderazgo, tal vez Rajoy estaría ya elegido. 

Incertidumbre, confusión y desconfianza. Una realidad que se estima cierta es que tras la derrota de Rajoy Sánchez negocie un pacto con Podemos, que estaría consumado si sumaran y no necesitara a los independista, que le serviría para recuperar la relevancia que le niegan las urnas, lo que aún le empuja a soñar aferrado a sus limitaciones perdedoras. Tampoco quiere terceras elecciones, parece decir, pero se muestra dispuesto a repetir los comicios hasta que el resultado le satisfaga. En fin, una cosa y la contraria que pone en evidencia la frivolidad con que se está tomando los intereses del Estado y la conveniencia nacional. Pero estos son los políticos que tenemos. 

La política es el arte de hacer posible lo imposible. Y Sánchez se aferra a los clásicos: en tiempos de crisis solo la imaginación  es más importante que el conocimiento. Un canto a la utopía. Como Secretario General del PSOE, erigido en “alternativa del cambio”, se postula como alternativa sin concretar cómo y con quien, dedicando buena parte de su discurso a descalificar al PP como adalid de la corrupción obviando, con la ayuda de sus voceros y medios de comunicación afines,  la evidencia histórica y presente de los socialistas que, en esta práctica, tiene demostrada maestría. La falta de memoria se puede reforzar con las hemerotecas.  El PSOE no parece tener fuerza moral, ni política, para afrontar un debate serio en materia de corrupción que, por otra parte se ha generalizado de forma alarmante –tan corrupto es el que lo hace como el que lo consiente, o mira para otro lado-. Se impone  una reflexión.  

Los actuales mandatarios españoles han demostrado su insignificante talla política –unos más que otros-; el electorado español ha tomado buena nota y se muestra dispuesto a aplicar las correcciones necesarias para ir nivelando la balanza, poniendo a cada uno en su sitio. Albert Rivera, en su inmaduro intento por presentarse como alternativa, se erigió en gran conciliador, pidió perdón a los españoles por un bloqueo que ya dura 300 días, y sugirió al PP que busque otro candidato en contradicción constante pues todavía permanecía en vigor su pacto con Rajoy.  

En resumen, estamos como estábamos, todo sigue igual si no vamos a peor, con la amenaza de unas nuevas elecciones a la vuelta de la esquina que serían una vergüenza y demostrarían que la política está instalada en la irresponsabilidad,  un juego de intereses personales y de partido: un espectáculo patético.

elblogdepacobanegas 5 de septiembre 2016 

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