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Antoñita "La Singla" (1)

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LOS CALIFAS, LA SINGLA Y EL FESTIVAL FLAMENCO GITANO

 


“LOS CALIFAS”: CLUB FLAMENCO


La transformación del local había llegado a su fin; Los Califas se ofrecían radiantes y originales, con modernas combinaciones llenas de contrastes: a la elegante y sobria decoración del club, con sus muros tapizadas de rojo y gris, maderas nobles, finos detalles, luces tenues y música melódica -en vivo-, se ofrecía el contrapunto –con solo bajar seis metros de escalera- de un mundo distinto; nos encontramos respirando Andalucía por todos los rincones del recinto: toneles-sillas, tapizados en terciopelo verde, cubas a modo de trono, hierros forjados, sillería en piel -Córdoba pura-, con sus rejas y sus faroles; sin olvidar la presencia del arte de Teno y sus bellos monstruos -como dijo algún cronista- por cualquier rincón del local flamenco. Los Califas se abrieron al público el día 25 de diciembre de 1964, día de Navidad; se puso en funcionamiento solamente la planta donde se ubicaba el “Club” pues el “Tablao flamenco” –en el semisótano- se retrasaría un poco, estaba pendiente de la tramitación de algunos permisos.


Nuestras pretensiones estaban centradas en conseguir un ambiente selecto y cierto glamour, con la novedad añadida de que habría atracciones. La música que en la etapa de los hermanos Rodríguez era solamente de ambiente se sustituyó por música en vivo, melódica y romántica, con una orquesta fija que, además, acompañaba a las atracciones; eran cuatro sus componentes y se les anunciaba con el nombre de “Los cuatro ases”; músicos muy completos, todos ellos tocaban varios instrumentos.



Los Califas:  

El día de la inauguración el local se puso a rebosar, ambiente guapo y caras conocidas. Albertina Cortés fue la atracción contratada para ese día tan especial; Ese mismo año había conseguido el premio de Interpretación Femenino en el Festival de la Canción de Benidorm -VI edición-, junto a José Casas y Jaime Morey; los galardones fueron entregados por Vicente Parra. Y antes, esta joven cantante, había ganado el primero y segundo premios de interpretación en el Festival de la Costa del Sol.


A la hora prevista, su presencia inundaba el local con una bellísima canción a la que su potente voz -melódica y disciplinada- acariciaba, con tal perfección, que el público escuchaba en absoluto silencio. Albertina Cortes, y la canción “Ma vie” –de Aland Barrier-, contagiaba la intimidad del recinto en una comunión casi perfecta con el público, a la que seguían otras de su repertorio, de sus últimos discos que siempre sabían a poco, viéndose en la necesidad de repetir obligada por los aplausos. Esta preciosa joven, rubia y esbelta, de inolvidable recuerdo, prorrogó su contrato durante varios meses.



Albertina Cortés en la sexta edición del Festival de la Canción de Benidorm.


El diario “Pueblo”, uno de los periódicos de tirada nacional más influyentes en ese momento, y uno de los más eficaces en la publicidad de espectáculos varios o salas de fi estas, de Madrid, destinaba alguna página diaria a noticias, pequeños reportajes, fotografías con pie de foto, noticias varias de estos establecimientos en las que figuraba Emilio Loygorri como responsable. Me anunciaba mucho a través de él y el periódico me compensaba con cierta generosidad. Por otra parte, siempre he tenido un exquisito trato, un especial cuidado y atención con la gente de la prensa, y como era muy frecuente la asistencia a mi local tenía recomendado un mimo exquisito con todos ellos, sin excepción. La mentalización que yo quería imprimir era que consideraran “Los Califas” como una especie de club de prensa -en sentido figurado-, y si alguna vez se presentaba alguna circunstancia que necesitara atención especial tenía que ser atendida por mí personalmente. Con algunos periodistas tuve una relación de amistad incondicional y entrañable, con otros, simplemente amistad y con los demás, siempre, un trato recíproco preferente.

Una tarde, Emilio Loygorry me transmitió un mensaje de Don Emilio Romero, director de “Pueblo”; me estarían muy agradecidos si accedía a la contratación de “La Gata” y Alberto -su bandoneón-. Se trataba de una cantante de tangos argentina que acababa de llegar a España, y de la persona que le acompañaba musicalmente; me compensarían sobradamente el importe del contrato con inserciones publicitarias y, por supuesto, me ayudarían en la promoción de sus actuaciones. Por aquellos días se encontraba en España el ex presidente argentino Domingo Perón, y supuse que alguna relación de compromiso o amistad debería haber por medio, así que sin preocuparme de más especulaciones le di el visto bueno y en pocos días hacía su presentación en “Los Califas”. Varias veces hizo acto de presencia el ex presidente argentino. Primero entraba un escolta, tan grande que apenas cabía por la puerta, discretamente daba una vuelta por el local intentando pasar inadvertido pero su gran humanidad se lo impedía, a pesar de su discreción, y una vez todo en el orden supuesto aparecía el señor Perón, que tampoco podía pasar inadvertido a pesar de la discreción con que se mostraba. Esta atracción –“La Gata” y Alberto, su bandoneón- no tenía nada que ver con la línea que nos habíamos marcado, atraía, además, a un tipo de público distinto, pero cumplió su cometido; el contrato fue prorrogado.


Por aquellos días tuvo lugar la imposición del “Califa de Oro” -25 gramos de oro puro- diseñado por el escultor Aurelio Teno, que a su vez fue el primer galardonado atendiendo a su actualidad profesional y a su incondicional aportación a “Los Califas”: presidiendo la sala se encontraba su “Don Quijote” y diseminadas por diferentes rincones la obra de Teno ponía un contrapunto artístico en el local, escribe Rafael Muñoz Lorente en el diario Pueblo. Esta primera concesión del premio -que periódicamente se encargaría de galardonar a personas relevantes del arte o de la cultura- tuvo lugar en la noche del 20 de septiembre de 1965. En un ambiente repleto de caras conocidas, de amigos y profesionales de la prensa, tuvo lugar la entrega;
Comenzó el acto con unas palabras de nuestro compañero Yale (sigue diciendo Rafael Muñoz Lorente), también Cordobés por los cuatro costados, que hizo una bella semblanza del escultor. Más tarde, González Hervás dedicó a Teno un poema hecho a la muerte de Manolete. Y por último vino la imposición de “El Califa de Oro”. Lo hizo Carmen Sevilla, a quien se le impuso, a su vez, una réplica del galardón. Sigue llegando gente y vemos a Manolo Gallego Morel, muy moreno, porque acaba de llegar de Torremolinos. A María Durán, que llegó acompañada de Tito Mora. Armaron revuelo las “chips”. Esas cuatro bellezas que se han conjuntado para actuar en los escenarios: Isabel, Doris, María José y María Ángeles. Las dos últimas Miss Madrid 1965, y Miss España 1964… Manuel Gil nos anuncia película con Anna María Pier Angeli. Hay telegramas de adhesión dirigidos al escultor. Los firman, entre otros, Matías Prats, el director de La voz de Andalucía, Felipe Mellizo…


Aurelio Teno, primer Califa de Oro con Carmen Sevilla.


Después se ofreció a la concurrencia una copa de vino español y unas “migas” andaluzas, aderezadas con uvas y con champaña. Asistieron al acto, además de los citados, Soledad Miranda, Joselito, María Durán, Perla Cristal, Paco Morán, Doris Ken, Marisa Paredes, entre otros.

Mientras tanto, los permisos oficiales para poner en marcha el “tablao flamenco” estaban cumplimentados y supuso un descanso pues era un trámite no fácil de superar, de hecho, y para expresar gráficamente lo problemático del papeleo transfiero una anécdota protagonizada por el “gran” Manolo Caracol para conseguir los permisos de su tablao “Los Canasteros”. Se cuenta que ante tanta dificultad y retraso en el trámite, aprovechando una fi esta a la que asistió con la presencia del Jefe del Estado (Francisco Franco), se puso de rodillas y dando vivas al Generalísimo, al régimen franquista y otras frases patrióticas, le imploró la apertura del local. (Referencia: Perico el del lunar, un flamenco de antología. De José Manuel Gamboa Rodríguez. Ediciones De la Posada, 2001). Nosotros no tuvimos necesidad de manifestarnos tan gráficamente pero sí sortear ciertos equilibrios a lo Pinito del Oro.


Plantear el esquema de un “tablao flamenco” no era cosa fácil y mucho menos teniendo en cuenta la competencia tan feroz a la que nos enfrentábamos entonces, con salas con tanto arraigo y atractivo, tan consolidadas como “El Corral de la Morería”, inaugurado en 1956, lugar de referencia para disfrutar del buen flamenco y punto de encuentro de fi guras ya consagradas en el toque, el cante y el baile: Antonio Gades, Fosforito, Juan Habichuela, Mario Maya, por citar solo algunos de los que han mostrado su arte en este legendario tablao. “El Duende”, otro mítico “tablao” regentado por su propietario, el famoso diestro Rafael Vega (Gitanillo de Triana) torero de gran belleza plástica que compartió cartel con Domingo Ortega, Marcial Lalanda, y frecuentemente con Manolete; su solo nombre ya atraía a un público diverso y aficionados al buen flamenco, por cuyo tablao desfilaron los más genuinos artistas de este arte tan singular; el “tablao” flamenco “El Duende” estaba considerado la catedral del flamenco. O “Los Canastero” -inaugurado en 1963- del ya mencionado Manolo Caracol, en el que actuaba personalmente; revolucionó el cante flamenco haciéndose acompañar por una orquesta o un piano. Formó pareja artística con Lola Flores, adquiriendo ambos una gran popularidad. Sin olvidar a “Torres Bermejas” por el que han pasado La Perla de Cádiz, Camarón de la Isla, El Güito, Paco Cepero, Trini España y tantos otros artistas del mejor flamenco… Y “Las Brujas”, el más revolucionario de los tablaos por sus espectaculares mujeres en su cuadro artístico. Madrid era la capital del flamenco -en sus más variados estilos- a través de sus numerosos tablaos y una interminable nómina de artistas –los mejores, los más acreditados- mostraba en sus escaparates nuevas formas de expresión, dentro del más puro arte flamenco, en su manifestación más genuinamente andaluza.

Las circunstancias exigían un poco de originalidad si queríamos ocupar un hueco con cierto futuro en esta amplia oferta de tanto atractivo para el aficionado y para el público en general. Teníamos la ventaja de estar ubicados en un lugar céntrico –Padilla esquina Serrano- cómodo, con una decoración moderna y sugerente. Se podía cenar a un buen nivel de exigencia, con una carta corta pero atractiva; a base de carnes a la brasa, ensaladas y entrantes varios. Un periodista nos había denominado como el primer club flamenco de España, nos gustó tanto que con esa denominación se quedó, nosotros no queríamos ser un tablao flamenco al uso, nos gustaba más un término medio, con un margen pendular entre lo clásico y lo moderno, pero sin olvidarnos de la ortodoxia exigible en un planteamiento serio y profesional. Empezamos por encargar a Pulpón de Sevilla –el más acreditado representante en esa clase de espectáculos flamencos- la contratación de seis señoritas, con un grado de exigencia exquisita, conjugando belleza, gracia, nivel de profesionalidad y mucho colorido en los faralaes. Y, a Antonio Fernández –un representante de esta especialidad en Madrid- la contratación de dos cantaores-palmeros, dos bailaores y dos guitarristas. Este potencial humano constituiría la base del conjunto, cubriendo la mayor parte del tiempo y arropando –cuando así se decidiera- a las atracciones o estrellas del espectáculo.


Nos faltaba la línea editorial, es decir la atracción principal, la fi gura o fi guras protagonistas; nos decidimos por Alejandro Vega, un bailaor flamenco de corte clásico y aparición más frecuente en teatros al frente de su propio ballet. Se trataba de la inauguración, queríamos darle atractivo suficiente y duplicamos el cartel contratando a Tere del Oro, bailaora de buen método y reconocido prestigio. Era, sin duda, un magnífico cartel pero demasiado clásico, necesitaba algo que rompiera, que imprimiera fuerza y garra; la solución estaba en “Los Califas” de Córdoba: “La Tomata” y su guitarrista Arango.


La inauguración tuvo lugar el día 15 de octubre de 1965; fue un acontecimiento inolvidable, de lleno total, con mucho glamour y ambiente festivo; Tere del Oro y Alejandro Vega estuvieron estupendos y el público premió su actuación con aplausos repetidos, estaba claro que dos artistas de esa categoría no podían defraudar. La actuación de “La Tomata” se distanció en el tiempo por razones tácticas, si la hubiéramos ubicado como telonera podría haber producido un efecto contrario al deseado, predisponiendo al público a un efecto festivo contagioso que no habría aportado nada a una actuación tan ortodoxa como la de Alejandro Vega y Tere del oro, y al final, de cierre, tampoco, por razones de categoría contrario a lo pactado. Así que la solución pasó por situarla como un show independiente, a otra hora de la noche, a ella le daba igual cuándo, no entendía –o no quería entender- nada de prioridades, salía cuando le decían y nada más. Cuando le tocó su turno rompió la pana, bailó como un torbellino, desparramó por todo el recinto su fuerza arrolladora -acompañada de Arango, un guitarrista visceral, astilla de su misma madera-; “La Tomata” no tenía método, ni normas, ni escuela, solo instinto, corazón y raza, y así lo debió entender el público que celebró su actuación con tanto entusiasmo que –aunque nadie quiso darse por aludido- sin duda fue la triunfadora de la noche.



La respuesta de la prensa fue muy favorable y generosa, sin duda colaboraría la privilegiada posición en la que nos encontrábamos con respecto a ella, y el público respondió con su asistencia, muchas caras conocidas que frecuentaban el local con el glamour que esto representa y la repercusión mediática con respecto al resto: Carmen Sevilla, Lola Flores, Francisco Rabal, Pilar López, Lina Morgan, Conrado San Martín, Lolita Sevilla, Perla Cristal, Pili y Mili, Félix Defáuce, Antonio Gades que aparecía con frecuencia con amigos o compañeros –Quintero o Cristina Hoyos-, Manolo Caracol, Gitanillo de Triana, Antonio Valencia, Luis Miguel Dominguín, Miguel Báez “Litri”, Antonio Ordoñez, el gran futbolista Gento. Profesionales de la televisión como Isabel Bauzá, Joaquín Prat. Por citar solo algunos de los que conservo fotografías y recortes de periódicos.
He dejado para el final a un asiduo de la casa, a un amigo imprescindible, a un artista completo y genial, Enrique Castellón Vargas –El Príncipe Gitano- con el que compartí muchas y buenas horas de amistad sincera y leal; tenía entonces 34 años –dos más que yo- y era un auténtico torbellino: cantaor, cancionero, bailaor y actor; también quiso ser torero, lidió algunas novilladas, pero él decía con aquella gracia que adornaba su forma de hablar: tengo mucho arte pero me falta valor ¡osú qué miedo paso delante del toro!. Protagonizó también algunas películas, la de más éxito “Brindis al cielo” en la que encarnaba a un joven y apuesto torero que cantaba como los ángeles. Logró una gran popularidad y se prodigó con sus espectáculos en Madrid – teatro Calderón y Circo Price- recorriendo España y otros países, en los que intervenía su hermana Dolores Vargas (La Terremoto).



Fotografía con el Príncipe Gitano


En “Los Califas” pasaba horas que muchas veces compartíamos en charla animada en la que siempre llevaba la iniciativa pues él jamás abandonaba su prestancia ni marcaba diferencia alguna entre el escenario y su vida real, siempre estaba actuando. Impecable en el vestir era un hombre sensible y generoso; algunas veces, con gran sorpresa de cuantos nos encontrábamos en el local, subía al escenario y se arrancaba ofreciendo unos palos del más puro flamenco que ejecutaba a la perfección con el porte y estilo personal que le caracterizaba; eso sí, que a nadie se le ocurriera la sugerencia, solo alguna vez, cuando él estaba en vena ofrecía generosamente una muestra de su arte, de su estilo inconfundible que el público agradecía entusiasmado. Recuerdo una noche –de esas ocasiones que quedan grabadas en el recuerdo- que tras un poco de complicidad con las chicas y guitarristas del cuadro flamenco subió al escenario y arrancó por una de sus famosas rumbas –gracia y arte fundidos- que finalizó bailando con esa magia con la que impregnaba todo cuanto hacía; el público aplaudió pidiendo un bis imposible, él era rotundo, sin duda consciente del valor y excepcionalidad que aquel gesto suponía.

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