Hay que poner fin a esta locura colectiva

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Categoría: Opinión
Publicado: Miércoles, 24 Febrero 2016 18:36
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La locura colectiva que España vive en estos momentos presenta un horizonte de confusión de consecuencias imprevisibles, es como si todos hubiéramos perdido el juicio, la racionalidad se ha convertido en esperpento, la ambición de unos se ha confundido con la avaricia de otros, los delirios enfermizos de poder confrontan situaciones de corrupción generalizada que producen desconcierto.

El poder está adormecido, el ejecutivo paralizado, la política desprestigiada, el electorado confundido y desorientado. La nación asemeja un barco sin rumbo y sin timón, todo está electrizado y todos adormecidos o inhabilitados, la provisionalidad se ha apoderado de la situación y el desconcierto campa por sus oscuros derroteros. La irresponsabilidad domina sin posibilidad de reacción y el espectáculo dramatiza un panorama que aterroriza por lo irracional. 

España ya vivió una transición de oscuros presagios que sobrevivió por la generosidad y buen juicio de los protagonistas de entonces; se superaron retos  que parecían inevitables gracias a la responsabilidad de los políticos en confrontación que supieron poner los intereses de España y el bien común de los ciudadanos a los conveniencias de partido. Se consiguió una Constitución que ha sido modelo de conducta a seguir para la unidad de España y la igualdad de todos los españoles. Constitución que, dentro de las dificultades de todo tipo a superar, ha servido para que este país haya vivido en paz y facilitado la convivencia, independientemente de las tendencias ideológicas existentes en la pluralidad de las distintas comunidades y autonomías.  

Desde entonces, dos partidos han sido hegemónicos en el panorama político  de nuestro país y han sido eje del bipartidismo que, en alternancia, han llevado las riendas con responsabilidad de estado y visión patriótica: Partido Popular y PSOE, han superado situaciones de gran responsabilidad y han sabido adaptar los  tiempos, a las exigencias  de la moneda única y Unión Europea, a las crisis económicas  mundiales, a los conflictos internacionales y, con más o menos acierto y todos los peros que se quieran añadir, afrontar nuestras diferencias territoriales con el suficiente equilibrio para evitar la ruptura y fragmentación nacional.  

En esta tesitura llegamos a pensar que todo es mejorable, y las exigencias a más se impusieron  sin pensar que el menos es más favorable al retroceso. Hasta que Zapatero y Rajoy  llegaron a la jefatura del estado, nadie podía pensar tanta desgracia acumulada, tanto despropósito, tanto desatino, tanto disparate. Unas cosas son consecuencia de otras, conviene aclarar, José Luis Rodríguez Zapatero, que ha sido el Presidente más nefasto que ha conocido la historia de España, no solo por su manera de gobernar, sino por su propia actitud personal, supuso un panorama circense de ocurrencias en cadena, solo pensables en pista donde el payaso tonto y el payaso listo rivalizan en la caricatura. Y dejó el país hecho unos zorros, la economía quebrada e irreconocible, y una cascada de parados que pronto alcanzó los casi cinco millones. 

Otro vendrá que bueno me hará. El refranero español es rico en experiencias. Y así es como apareció Mariano Rajoy en la toma del relevo. Ningún gitano quiere ver s sus hijos con buenos principios, sigue diciendo el refranero, pues excelentes fueron sus comienzos, se puso freno a un inevitable rescate y la economía fue reajustando sus parámetros en evidente equilibrio, con repuntes más que evidentes del paro y el empleo. Nadie puede negar su eficacia en esta parcela.  Pero todo quedó en eso, en buen principio, pues seguido fue fracaso tras fracaso en una cascada de errores incomprensibles en una mayoría absoluta que le habría permitid grandes decisiones sin obstáculo alguno y perpetuado en el gobierno. El electorado le dio carta blanca, veníamos de un fracaso estrepitoso y le entregaron el mandato de forma generosa y sin ataduras. Pero el poder obnubila, obceca e hipnotiza y Mariano Rajoy quedó noqueado a la hora de tomar decisiones como el incumplimiento de su programa electoral, cuestiones tan sensibles como el terrorismo y el aborto, la pasividad tolerante a los desmanes independentistas que nos ha llevado a una situación irreversible, la falta de autoridad que ha propiciado la aparición de grupos antisistema germen de sus partidos homólogos, pasividad ante la corrupción generalizada que ha sido la puntilla y, sobre todo,  falta de facilidad para comunicar, rentabilizar sus logros y defender sus fracasos, ha  quedado como el partido corrupto por antonomasia cuando el PSOE, por cuantía escandalosa multiplica, con mucho, los suyos. Pero además han perdido la capacidad de reacción, no solo ha disminuido estrepitosamente la cantidad de votantes que por extensión les dio la mayoría absoluta, su propio electorado incondicional les está volviendo la espalda. Bajaron las europeas, las autonómicas, las locales y ahora las generales, con una disminución de escaños que imposibilita acuerdos hasta con su partido homologo Ciudadanos. Han quedado tan disminuidos en votos y en capacidad que un personajillo de atrezzo, al frente de un PSOE en los peores resultados de su historia, tiene a Rajoy  en jaque mate, incapaz de reaccionar.  

Me refiero a Pedro Sánchez –líder actual del PSOE-  que en estas últimas elecciones generales ha obtenido 90 escaños, ha quedado cuarto en su circunscripción, Madrid, y ha perdido en casi todas las restantes. Bueno pues, aun así, está convencido de poder formar gobierno aunque para ello tenga que vender su alma al diablo, con unos compañeros de viaje que aterroriza por lo que pretenden,  y que no paran de humillarle, a él y al PSOE. La posibilidad de un gobierno con Podemos y el apoyo de los independentistas, tiene en vilo a las personas sensatas de este país, que son la mayoría y, especialmente, a los empresarios españoles que culpan a Rajoy de haber llegado a esta situación, y no les falta razón. A Sánchez, las advertencias de su Comité Federar le traen al pairo, una vez en el poder hay muchos cargos y dinero para repartir, se pueden callar muchas bocas. Es la desgracia de este país nuestro, hay abundancia de estómagos agradecidos en la denominación teórica, en la práctica traidores o apátridas sin escrúpulos. 

Si creíamos que Zapatero había sido el principio del fin, Sánchez es la continuidad de esta segunda transición que se avecina como la antítesis de la anterior por la escasa o nula sensibilidad de sus protagonistas. El gobierno estalinista que Pablo Iglesias impone a Sánchez pretende dividir España en naciones y autonomías, diluir los símbolos nacionales en base a no sé qué “realidad plurinacional” -con ministerio incluido- rompiendo el principio de igualdad y una ciudadanía de segunda división. Propone un referéndum de autodeterminación que podría ser ejercido no solo en Cataluña, sino por todos aquellos territorios que con ese estatus privilegiado lo reclaman. Y un incremento del gasto de más de 100.000 millones, inasumible por lo que se pretende, “freir” a impuestos a la clase media que terminará desapareciendo. Pablo Iglesias lo hace con una escenificación tan humillante que la vicepresidencia que reclama, además de los ministerios más comprometidos del gobierno que pretende asumir, convierten a Sánchez en un presidente florero. Y a pesar de la teatralización carnavalesca de “Pablo, no sabes dónde estás” lo más probable es que las conversaciones entre ambos partidos estén muy avanzadas incluido las renuncias de Podemos a algunas de sus pretensiones para que el PSOE pueda tapar sus vergüenzas. El partido morado tiene el propósito de tomar el poder y no escatima provocaciones bananeras, imitado a lo Maduro en Venezuela, con Sánchez de comparsa que la evidencia demuestra está dispuesto a tragar sapos y culebras con tal de ser investido presidente, aunque para ello tenga que dejar España como un erial. Los coqueteos que Sánchez y sus “mariachis” están escenificando con Ribera de Ciudadanos, ni siquiera es considerada como posibilidad porque el círculo no admite la cuadratura, no deja de ser un ronroneo de cara a la galería en el intento de hacer creer que agotados todos los intentos se ha visto obligado a un pacto de emergencia para evitar la repetición de elecciones. Ha convertido el Congreso en un mercadillo tan chabacano y  pueril como su alucine; el futuro de España se juega ahí.  

La pasividad mojigata de la derecha, y la frivolidad con la que  actúa el PSOE en sus pactos contra natura, han fomentado la aparición de esta nueva izquierda estrafalaria y esperpéntica que no respeta las más elementales normas de convivencia, rompe cualquier tradición y arraigo, atenta contra la dignidad de los que no piensan como ellos, pasa por encima del poder establecido, carece de escrúpulos y principios y, como Atila, donde pisan no crece ni la hierba. 

Lo triste de todo esto es la impotencia, tanto el Tribunal Constitucional, El Supremo, o la Audiencia Nacional, poderes máximos custodios y garantía de que “tus derechos empiecen  donde terminan los míos”, se han descafeinado, adormecido, acoplado por si acaso, y hemos llegado al esperpento. Sale gratis: insultar al Rey, humillar los símbolos nacionales, silbar al himno nacional o quemar la bandera que debe ser orgullo de cualquier nación. Atentar contra la Constitución, desafiar al Estado, mofarse de cualquier tradición de arraigo nacional, incluso universal, y convertir la política económica o social en un espectáculo carnavalesco, nos acercan  a una república bananera que debería sonrojar a la autoridad responsable; con permiso de Sus Señorías que, con todos los respetos, no se sabe de qué van. Una libertad sin rumbo propaga la mentira, siembra e odio y  favorece el proceso destructivo.  

  España necesita un gobierno fuerte que ponga un poco de orden en esta jungla, que emprenda con gran consenso las reformas pendientes, que garantice la Constitución y la unidad de España, que cumpla los compromiso contraídos con  la UE, que actúe con responsabilidad de estado, que establezca unas normas de convivencia basadas en el respeto y la igualdad,  que acabe con tantos privilegios, que erradique la corrupción y regenere a una clase política que, como estamos viendo en esta nueva hornada,  es  refugio de todo aquel que no ha servido para otra cosa. Salvo honrosas excepciones que confirman la regla.  

El blog de paco banegas     21 de febrero 2016