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TRAGEDIA Y RUTINA

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TRAGEDIA Y RUTINA

NUESTRA SOLIDARIDAD CON LAS VÍCTIMAS DEL ATENTADO EN MANCHESTER

EL TERRORISMO YIHADISTA SIGUE SEMBRANDO EL TERROR

 

Un día infame, una noche trágica, una hora de horror, un momento para la reflexión, un tiempo para las decisiones, la unidad y la respuesta contundente. Nos sentimos indefensos, confundidos, desorientados, faltos de iniciativa, resignados y aturdidos. A expensas de locos, extremistas, fanáticos, suicidas, kamikazes, aceptamos la humillación y hemos renunciado al combate. Llorar se ha convertido en costumbre.

El terrorismo islámico compuesto por seres anónimos fascinados por el odio y el espanto ha declarado la guerra y se ha convertido en la amenaza más seria para todo el mundo. O reaccionamos o morimos, o ellos o nosotros. No podemos quedarnos esperando a que vengan a matarnos, a nosotros y a nuestros hijos, sumidos en el lamento y la resignación. Nos hemos acostumbrado a aceptar con entereza los atentados terroristas como los americanos a los fenómenos naturales, el Tsunami o los huracanes, a base de repetición se han convertido en rutina.

Lo hemos visto ayer en Manchester, como antes en otras muchas ciudades europeas, un hombre bomba decide morir matando en nombre de un fanatismo religioso concreto. Nos horroriza pero no nos sorprende, lo asumimos como un paso más en la escalada del terror. Esta vez en una sala de conciertos, el Manchester Arena, con un público formado por adolescentes, niños y familias, mientras escuchaban a Ariana Grande, estrella infantil convertida en ídolo de esa juventud: la muerte sin razón ha golpeado. Nada más cruel e inhumano. La deflagración producida por una bomba casera cebada de intención, con tornillos, tuercas, clavos y todo tipo de metralla, dejó al menos 22 muertos y más de 60 heridos de diverso pronostico, muchos de ellos en estado crítico. Entre gritos y lamentos, humo y olor a quemado, cuerpos tirados, heridos de metralla intentando levantarse para huir o niños teñidos de sangre buscando a sus familiares desesperadamente. Una de las tragedias más letales desde el 2005 cuando hubo 52 muertos en Londres por el atentado en el sistema de transporte. Escenas brutales y dantescas.

Y lo más curioso. ¿Qué está pasando para que un joven de 22 años (en este caso, identificado como Salman Abedí, de origen libio) se “autoinmole” haciendo estallar una bomba en un recinto mayoritariamente lleno de niños y adolescentes? ¿Qué estamos haciendo tan mal como para que la radicalización se extienda como la pólvora y aparezca disfrazada de muerte, desolación y escenas de pánico en cualquier momento y en cualquier lugar?

Nos encontramos inermes frente al salvajismo de una maldad que no acertamos a combatir, algo diabólico sin más lógica que la de extender el pánico. De inmediato acudieron 400 policías, 60 ambulancias, unidades de bomberos, toda clase de recursos de asistencia, y el ejército dispuestos a cubrir de buena voluntad la posibilidad de una nueva masacre. El Gobierno de Theresa May reúne a su gabinete de emergencias con los mismos y repetidos mensajes de esperanza: “nuestros valores, nuestro país y nuestro modo de vida prevalecerán”. El ejército saldrá a proteger las zonas más sensibles, al mismo tiempo que se admite la posibilidad de un nuevo atentado. Los servicios de espionaje del MIS llevan a cabo una labor frenética, trabajando contrarreloj para tratar de desarticular una banda de apoyo, si es que existe, mientras la web de la yihad repite su propaganda de muerte y desolación: “Hemos matado a vuestros hijos en un desvergonzado concierto”. Las expresiones de dolor adquieren un tono mecánico. Y a esperar a que otro terrorista, loco, suicida, demente, converso, o un chico muy tranquilo que pasaba por ahí – de la noche a la mañana radicalizado-, se le ocurra provocar otra masacre en un recinto deportivo, aeropuerto o centro comercial, con lo primero que se le antoja: un camión a toda velocidad, un cuchillo de cocina, una bomba casera, una pistola... o cualquier otro artefacto de muerte construido con la ayuda de un manual de odio y sangre en un  curso de urgencia por internet que explica al  detalle como hacer el máximo daño.

No hay más cera que la que arde. O reaccionamos o morimos. Ningún estado de Occidente se atreve a ir con determinación a por el despiadado Daesh, pero deberíamos ser capaces de preguntarnos cuantos muertos tienen que producirse para que alguien se decida a hacer algo, o qué esperan para actuar contra esta abominación. El terror se combate con unidad, la prevención no funciona o es insuficiente, además de prevenir hay que combatir esa especie de designio continuo que se cierne sobre cualquier ciudad  y mantiene a sus habitantes presa del fanatismo más siniestro. La devastadora lucha puede ser una guerra larga y dolorosa, pero el extremismo islámico ha demostrado que no admite la menor posibilidad de negociar y lo que practica es el mal absoluto, por tanto merecen ser aniquilado sin contemplaciones, allí donde se encuentre la  guarida -el denominado Estado Islámico- de estos bárbaros carniceros. Nos va en ello la libertad y nuestra vida.

25 de mayo 2017

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