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Más vale prevenir

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(Capitulo XIX de La televisión que yo viví)

 

                       MI NUEVA ETAPA COMO REALIZADOR DE TVE 

 

   “MÁS VALE PREVENIR”: RAMÓN SÁNCHEZ OCAÑA 

 

   “s vale prevenir es un programa de Televisión Española que en los años 80 tuvo una gran repercusión mediática por sus propuestas a una vida más saludable. Un espacio en el que, en tono didáctico, se abordaban cuestiones que afectaban directamente a la calidad de vida y, sobre todo, a la salud de los ciudadanos.  A propuesta del Ministerio de Sanidad y Seguridad Social, TVE toma la iniciativa de crear un programa útil en consejos médicos, que nace modesto y sin pretensiones, evitando ofrecer imágenes morbosas, síntomas ni tratamientos, muy en la línea paternal de los gobiernos de entonces.

 

 

 

 

   Siendo director general Fernando Arias Salgado, el director de TVE Miguel Martín, ofreció el proyecto al periodista ovetense Ramón Sánchez Ocaña que en ese tiempo hacía “Horizontes en UHF, un semanal de divulgación científica, con dos años de antigüedad en la programación, que le había llevado a la Nasa, a Hiroshima y a los campos de concentración de los  nazis. No recibió el nuevo proyecto con mucho entusiasmo, se comprometió únicamente por 13 semanas y seguir haciendo “Horizontes, atendiendo su propia premisa de más vale prevenir, por si acaso. Ramón Sánchez Ocaña, incapaz de prever el éxito, fue el primer sorprendido al ver la reacción tan favorable del telespectador hacia el programa, y los niveles  de audiencia que convertirían a “Más vale prevenir en uno de los espacios más vistos de la programación. 

   Yo me incorporé a este programa a mediados de enero de 1981. En diciembre debería haberlo hecho en la subdirección de programas infantiles, con Carlos Granados –según la dirección de personal-, pero lo demoré a enero para no dejar mi departamento –en Producción Ajena- bruscamente, y ofrecer un margen de cortesía con mis compañeros. Pero nuevamente ocurrió algo que cambió el rumbo de los acontecimientos: el productor José Carbajo me llama para proponerme  la incorporación a Más vale prevenir como realizador. Este espacio resultaba muy atractivo por la situación de privilegio que ocupaba en el panel de aceptación de programas, la popularidad adquirida en el poco más de un año que se llevaba emitiendo ( 6 de julio de 1979),  la oportunidad que para mí  suponía integrarme –desde una parcela tan fundamental y comprometida- en un proyecto  que despertaba tanto entusiasmo. Tras hablarlo con Carlos Granados, acepté la propuesta y en apenas tres días estaba realizando mi primer programa: “Próstata, emitido el 23 de enero de 1981.  

    No llegué yo a “Más vale prevenir con la pretensión de hacer nada extraordinario, ni ser la panacea de la renovación, el programa ofrecía una situación de privilegio que aconsejaba mucha prudencia. Desde el primer momento mi preocupación estuvo centrada en procurar que mi participación estuviera a la altura de las circunstancias, e intentar mantener el nivel de calidad que le había situado entre los favoritos de público y crítica; ya habría tiempo, de una manera sosegada, de  estudiar el programa con detenimiento e intentar mejorar el formato en su aspecto ornamental, en la forma de ofrecer la imagen –su enriquecimiento-,  no desde el punto de vista de los contenidos, estos eran muy específicos, perfectamente estructurados, avalados por autoridades en las muy diversas  especialidades de la medicina cuyos ejemplos prácticos de divulgación sanitaria, presentados con aspecto de normalidad y sencillez, el espectador recibía interesado y complacido. 

   Ramón Sánchez Ocaña, además de la dirección asumía la responsabilidad de los contenidos a través del guión; su protagonismo era indiscutible pues, además, aportaba su imagen como presentador, que es uno de los aspectos más valorados por el público, lo que verdaderamente traspasa la pantalla, la imagen de la persona que da la cara en cualquier programa de televisión. Yo creo que “Más vale prevenir tuvo la suerte de conjugar todos y cada uno de los aspectos fundamentales de un espacio televisivo; el más importante, la calidad humana de la persona que asume la responsabilidad -autoridad sin autoritarismo- y capacidad para hacer posible esta convivencia profesional, sin desencuentros ni rivalidades. Ramón Sánchez Ocaña, tenía la  cualidad de no hacerse notar y dejar a los demás que trabajáramos con libertad, responsables últimos de nuestro trabajo, sin la menor recomendación ni intromisión. Se nos entregaba el guión,  en el que escuetamente, con precisión científica, describía cualquier aspecto, síntomas o criterios  relacionados con la enfermedad o tema a tratar en el programa, incorporaba algunas sugerencias, añadía el nombre o nombres de los especialistas –generalmente los más acreditados- que podían intervenir para imprimir autoridad y criterio. A partir de aquí, el realizador tenía libertad absoluta para plantear y traducir en imágenes -en línea de documental o formato dramatizado-, dependiendo únicamente de su ingenio, sensibilidad, o criterio profesional. Ramón Sánchez Ocaña, salvo a sus intervenciones personales grabadas en estudio, no asistía a ningún proceso de elaboración, veía el programa, una vez terminado en todos sus procesos, el día antes de su emisión y, al menos en mi caso, jamás tuvo un reproche, una crítica por insignificante que fuera y sí,  siempre, una frase de elogio, una felicitación y muestras evidentes de sentirse satisfecho. Le supongo sincero, pues dada la repercusión del programa, su prestigio personal –él capitalizaba todos los éxitos-, le habría bastado con decir: que me cambien al realizador 

    El programa no presentaba una estructura fácil. La grabación se hace mixta, en estudio con decorado fijo y cámaras electrónicas VTR., y en exteriores –en escenarios naturales- con cámaras en soporte cinematográfico, película 16 m/m). A partir de aquí, todo el proceso transcurre por los derroteros de un rodaje a la medida de lo planificado, o una grabación en estudio que se ajusta plenamente a las necesidades del guión; al que seguidamente precede un proceso de posproducción -montaje o edición- para dar forma definitiva al episodio de que se trate. De estos procesos vamos a ofrecer algunos apuntes para que el amable lector, no familiarizado con estos aspectos profesionales, pueda saber quién es quién en un programa de televisión. 

    El equipo ha de construirse una idea y una convivencia, limitada en el tiempo y en la implacable puntualidad de cada tarea a realizar, por localizaciones previstas, pueblos y ciudades. Lo que observamos con más proximidad son los trabajos de los equipos de realización, cámara, iluminación y sonido que,  junto con los invitados, y personajes de ficción contratados, dan forma a cada plano y cada secuencia. Quizás menos patente quedan atrás la preparación de cada día, el trabajo madrugador y la tempranísima puesta en marcha de  los componentes necesarios. 

    Coordinar todos los elementos de un rodaje es una tarea que se comparte a través de la profesionalidad de los integrantes del equipo. Los datos de la  producción y de la realización deben conjugarse con una gran precisión en la planificación del trabajo, con una defensa escrupulosa de sus correspondientes territorios. La producción, por su parte, exigirá el cumplimiento fiel del plan de trabajo con el mínimo de gastos y cambios del presupuesto inicial, y la realización querrá el cumplimiento exacto de lo solicitado. De todo esto se desprende la enorme importancia de una cuidada y precisa labor de preparación que reduzca al máximo los cambios y las improvisaciones. 

   En cualquiera de estos rodajes  puede verse el cariño y la precisión con que cada persona, dentro del aparente barullo reinante, se dedica a su tarea. Atrás quedan las posibles tensiones y dificultades, ofreciendo una visión de equipo bien conjuntado y engarzado. Por la rapidez exigida en un programa de periodicidad y emisión semanal -diversidad de escenarios, equipamientos técnicos, y sofisticada óptica-, no se incorporan grúas ni travelling –salvo excepciones-, se improvisan utilizando una silla de ruedas o un coche donde el operador realiza  la toma en movimiento de una forma aparentemente chapucera pero efectiva. En el aspecto científico,  el programa se cuidaba hasta en el más mínimo detalle; por poner un ejemplo, en el programa titulado “Ojos”, emitido el 6 de marzo de 1981, rodado en una gran parte en las instalaciones de la  fábrica de elementos ópticos INDO, en Barcelona, solicité asesoramiento para que, de una forma muy precisa el operador intentara regular el objetivo de la cámara, con la pretensión de ofrecer -a través del personaje que dramatizaba la ficción-   una simulación gráfica de los problemas, visión y  posible corrección de un  ojo miope, hipermétrope, astigmático, u otros defectos binoculares, como el llamado estrabismo. El técnico que nos asesoraba, mediante la fabricación de una óptica especialmente diseñada para la cámara, nos dio el problema resuelto.  

   Pero no solo se cuidaba en sus aspectos formales, el programa fue evolucionando hacia una estructura cada vez más compleja. Ciertamente siempre se había hablado de salud, pero hay otra salud a la que podríamos llamar social, que también preocupa, y a ella se dedicaron una serie de programas especiales;  seguridad, por ejemplo: “Proteger la casa, o “Protegerse en la calle”, emitidos el 27 y 30 de abril de 1982, respectivamente. Guiones muy estructurados, con planteamiento cinematográfico, a través de unas familias  extorsionadas por personajes poco recomendables; la acción se desarrolla en un edificio de viviendas, en los respectivos pisos previstos, pasillos, ascensores, sótanos, garaje,  y en exteriores, con unos ejemplos dramatizados donde se muestra el hecho consumado, y cómo se podía haber evitado. 

   Con este criterio de intercalar planteamientos diversos, afines pero distintos, se incorporan otros programas especiales entre los que podríamos destacar “Tráfico”, emitido el 24 de julio de 1981, (no era la primera vez) dedicado  al automóvil. Los accidentes de tráfico son los causantes de uno de los problemas sanitarios más preocupantes, no en vano todos los años  130.000 personas sufren heridas de consideración y un número determinado, pero superior a 5.000 mueren en los mismos. Cifras escalofriantes para la época. En este episodio las situaciones de peligro y los accidentes automovilísticos, imponen por su realismo. Las rodajes habían sido preparados con precisión de relojero; contábamos con el asesoramiento de un especialista en secuencias de acción cinematográfica, un francés llamado Alaint Petit; hombre frío, minucioso, con una tranquilidad suicida que, solo o con otros, provocaba choques frontales, vueltas de campana… en vehículos donde, en la ficción, viajaban familias con niños. En su alocución final, el presentador advierte al espectador: como ustedes saben esas secuencias han sido creadas por nosotros y nada les ha pasado.  

    Al ceñirnos a la estructura y aspectos formales del programa, no hemos mencionado labores fundamentales realizadas por personas que quedan ocultas a la cámara durante la grabación o rodaje, montaje, o los procesos finales  de sonido y efectos, pero esta vez hemos querido tenerlos en cuenta porque al fin y al cabo este relato, aparte de contarles algo de cómo se ha hecho Más vale prevenir“, también intenta recordar que, ante el gran esfuerzo del equipo directivo, hay un grupo de hombres y mujeres que hacen posible cada programa que ustedes ven aunque ustedes no les conozcan. 

   Y ya todo el engranaje sigue su marcha hasta las seis o siete de la tarde –o más si es necesario-, siempre quedará alguien de producción y realización, si es que no hay una reunión preparatoria del día siguiente, ultimando planes, repasando lo hecho el día anterior, o revisando cuentas. 

    En este maremágnum de equipos, labores y convivencias entrecruzadas, el realizador se encuentra atrapado humana y profesionalmente. Todo ello crea una relación intermitente, que unido al continuo y puntilloso examen que debe hacer de todos los trabajos, le colocan con cierta frecuencia en un mundo aparte. No hay que olvidar que él tiene que conjugar múltiples tareas y equipos diferentes. En exteriores, en estudio, preparar músicas, revisar documentación, jornadas de montaje, sonorización o visionado.  

    Conviene hacer un paréntesis y dejar constancia. Por la compleja laboriosidad del programa, habría resultado prácticamente imposible que un solo realizador pudiera, por mucho empeño y esfuerzo, llegar a tiempo de cubrir semanalmente el compromiso de programación, por lo que necesariamente tuvimos que ser dos los realizadores encargados de simultanear este cometido; equipos diferentes sin ninguna vinculación, ni dependencia en el trabajo. En mi caso, y durante el tiempo que yo estuve, mi colega  en estas tareas fue Vicente Alcobendas, un profesional de acreditada y reconocida solvencia.  

    Para la grabación en estudio, el día anterior comienzan los escenógrafos a montar el decorado y a efectuar las correcciones necesarias. Posteriormente los iluminadores sitúan  focos y reflectores a la altura y longitudes señaladas por el jefe de iluminación que supervisa el montaje final. De ellos depende, en gran medida,  la calidad de la imagen retransmitida por televisión. Su tarea empieza cuando iluminan el escenario, desechando sombras, creando una claridad que permita a las cámaras tomas desde cualquier ángulo, simulando profundidades, y dando contrastes a personas y objetos, según las exigencias del plano o de la toma. Una vez transmitido el programa a la memoria del ordenador, el cerebro electrónico se cuida de apagar unos reflectores y encender otros. En el término de unos pocos segundos se establecen las condiciones luminosas previstas con  minuciosidad en el transcurso de la prueba que se repite con precisión a lo largo de la grabación. 

   Lo que ha conseguido el jefe de iluminación y sus ayudantes, lo consiguen también los técnicos de sonido con micrófonos y aparatos. Matizan con ruidos y sonidos las imágenes añadiéndoles la ilusión acústica. Los micrófonos son manipulados por especialistas. Estos hombres son dirigidos por el ingeniero de sonido, que se encuentra en el estudio. Regula su potencia y, si es necesario, intercala efectos y música que los magnetófonos y platos discográficos le facilitan. Sabemos ya que el movimiento de manos y las órdenes del realizador son observados por estos hombres, con objeto de poder cambiar puntualmente la perspectiva acústica de cada una de las tomas. 

    El realizador y sus colaboradores principales están pendientes de la imagen y de su calidad y se muestran atentos a que las voces, el tono y los sonidos, sean perceptibles al mismo tiempo. Efectúan también sus correcciones los escenógrafos, en tanto que el maquillador retoca las facciones de los actores o invitados. Se muestra entonces en juego la colaboración de las cámaras y la luminotecnia, que con ayuda del maquillaje, disimulan o resaltan determinados rasgos faciales.  

   Citemos también la batería de monitores, en cuyas pantallas numeradas aparecen las imágenes captadas por las cámaras de la misma numeración. ¿Corresponden las imágenes a la idea concebida por el realizador? Algunas veces se repite la misma maniobra. Selecciona entre las imágenes que le ofrecen los monitores aquella que estaba prevista. La toma se repite convenientemente adaptando movimientos de cámara, corrigiendo el error la persona que interviene, o simplemente porque no ha gustado el resultado. 

    En el caso de “Más vale prevenir, la mayoría de las grabaciones en estudio quedaban limitadas a las intervenciones que como hilo conductor presentaba Ramón Sánchez Ocaña, alguna pequeña entrevista que por razones de prioridad se efectuaba con medios electrónicos, o bloques determinados que yo me inventaba en cada programa para enriquecer la imagen que, por sus características,  aconsejaban este procedimiento. Incluso, en una jornada de grabación se adelantaban secuencias de varios  programas. Salvo que se trate de un programa especial como, por ejemplo, el titulado “Trasplante de riñón, emitido el 26 de marzo de 1982, grabado en su totalidad en estudio con formato de directo y emisión en diferido. Conviene recordar que “Más vale prevenir nació como un  espacio de consejos médicos preocupado por la salud de los ciudadanos. Fue evolucionando en el tiempo y se mostró preocupado por los avances más espectaculares de la medicina. En esos años de que hablamos, los pacientes con insuficiencia renal aguda se veían abocados a una muerte lenta, la diálisis o el riñón artificial. Coincidió la promulgación de la ley española de trasplantes de 27 de octubre de 1979 y su posterior desarrollo en 1980. Vino a llenar el vacío legal existente en materia de extracción y trasplante de órganos, el despegue definitivo a los trasplantes renales, la puesta a punto paulatina de los equipos,  reguló las normas sobre la infraestructura y  medios que deberían reunir los hospitales para acreditarlos y poder llevarlos a cabo.  

    Valencia fue una ciudad pionera en esta técnica de trasplantes que tanta esperanza de vida ofrece. En enero de este año, 1980, la fundación Puigvert inicia su programa de trasplante renal que dirige el doctor Villavicencio. Seguidamente, en el hospital “La fe”, el servicio de urología del doctor Jiménez Cruz se incorpora a esta práctica en febrero; en apenas dos años su aportación es reconocida por sus avances en este ámbito de la medicina. Allí acudimos nosotros para recoger-en formato cine- una serie de testimonios que fueron aportados al programa. No tenía guión por ser grabado en directo, y sí un esquema previo que todos los invitados respetaron; la variedad de contenidos se fue complementando también con la agilidad formal, ofreciendo los razonamientos acreditados de los doctores que intervienen. Diversos personajes son convocados al programa como invitados –trasplantados o en espera de serlo- que exponen su problema,  experiencia o  esperanza, en base al protagonismo y a la autoridad de su interés humano, ofreciendo lo mejor de sus recuerdos y vivencias. Un programa transido de esperanza hacia los afligidos, y emoción compartida a los seguidores de Más vale prevenir, reflejado en el índice de audiencia.  

    En base a este criterio de ofrecer los avances más espectaculares y eficaces de curación o diagnóstico, se ofrece un programa titulado “Viaje al interior de la cabeza”, emitido el 19 de agosto de 1982; el presentador, al comienzo del programa, expone así: Vamos a ofrecerles hoy un programa muy distinto a lo habitual; les vamos a proponer una aventura. Ustedes recordarán que en alguna ocasión hemos titulado este programa como “mirando al futuro”: por ejemplo, cuando hablamos de los oncogenes. Hoy también miramos al futuro, pero teniéndolo ya en la mano. Les vamos a proponer la aventura de hacer un viaje con nosotros al interior de nuestra central de operaciones. Vamos a conocer primero el cómo y el porqué, para recorrer después el interior de la cabeza humana. El programa se realizó en el centro de diagnóstico NMR, en Barcelona. Disponían, por primera vez en España, de unas instalaciones de Resonancia Magnética Nuclear con las técnicas más avanzadas de diagnóstico por imagen. Algo verdaderamente nuevo, sorprendente y espectacular, en ese tiempo.    

   A través de la protagonista -una bellísima e inteligente joven colaboradora-, los doctores Doménech I Torné, Sanz Martín, Gili I Planas y Setoain I Quinquer, nos hicieron vivir una apasionante aventura a través de la emoción, en una sucesión de  imágenes cada vez más enigmáticas, atractivas y sugerentes. Imágenes perfectas que permiten obtener tomografías transversales, coronales o sagitales, así como visualizaciones en tres dimensiones y, en consecuencia, una mayor precisión en la interpretación funcional de los órganos explorados. Estábamos ante uno de los más grandes medios de diagnóstico que marcará el inicio de una nueva época. 

   “Más vale prevenir” no solo fue uno de los espacios más vistos de la programación en TVE, sino que ocupó el número uno de la parrilla de aceptación de programas de manera casi sucesiva. En la mejor hora imaginable: las ocho y media de la tarde de los viernes, después de series tan populares como la  estadounidense “Con ocho basta” y antes del Telediario que nos llevaba al apoteósico “Un, dos, tres”. Si estudiamos los I.A. (índices de aceptación) de esos años, veremos repetidos ejemplos como el publicado  la semana del 5 al 11 de septiembre de 1983:”Más vale prevenir” 8´3, por encima de “Informe semanal” 8´1, “El hombre y la tierra” 7´6,  “Un, dos, tres” 7´5, o bado cine” 7´3. 

   La fidelidad de la audiencia permitió que se mantuviera en pantalla durante ocho años,  tal fue su éxito que además de ganar el premio Ondas, obtuvo durante ocho años seguidos el premio TP de Oro como Mejor Programa Divulgativo y Cultural. De este programa se han ocupado los más acreditados investigadores de la  comunicación. Según el profesor Manuel Palacios: “Más vale prevenir” (1979-1987), uno de los espacios míticos y con mayor número de premios de toda la historia de Televisión Española. 

   Ramón Sánchez Ocaña se convirtió en uno de los rostros más populares a través de este programa, junto a Félix Rodríguez de la Fuente –en la cumbre de su éxito con “El hombre y la tierra”-, dos programas del primer canal de la televisión única en los que se daba por supuesta la audiencia. (14 a 18 millones de espectadores en esta franja horaria) y la publicidad acudía como las moscas a la miel.  Entre 1983 y 1987, para un spot publicitario de veinte segundos, las tarifas más altas oscilaron  entre 6   y 10 millones de pesetas. Aplicados a las series millonarias en espectadores: Dallas, Cañas y barro, Los gozos y las sombras, así como los programas Más vale prevenir, El hombre y la tierra o La clave. A estos espacios se les aplicaba las mayores tarifas. 

   Félix Rodríguez de la Fuente -del que ya nos hemos ocupado en páginas anteriores-, supo traspasar los límites de la “gran” pequeña pantalla a través de su originalidad, mostrando la imagen de un hombre tumultuoso, fecundísimo, desbordante de ingenio, sugeridor. Ramón Sánchez Ocaña es un hombre con fuerza personal, autoridad, carisma ante el objetivo, cercanía con la persona que está al otro lado de la pantalla, además de una buena voz y una presencia correcta. Los dos disponían, entre sus peculiaridades,  de una cualidad imprescindible para comprender un fenómeno de esta naturaleza, la complicidad con la cámara, el carisma necesario para conquistarla, incluso enamorarla. La cámara es el artilugio más inteligente y sensible que he conocido, siente, sufre, se estremece, coquetea, se ruboriza. Necesita credibilidad, belleza, ternura, sensibilidad, en lo que está trasmitiendo: cuando no se siente cómplice, cuando no trabaja a gusto, muestra su estupor con agresividad, se horroriza y lo manifiesta con desprecio. Este es el secreto que permite a los grandes permanecer en el tiempo, y en el recuerdo imperecedero. Cuantos personajes salidos de las pantallas de televisión, famosos en su limitado tiempo, han desaparecido de la memoria, difuminados con la misma vertiginosa rapidez con que fueron ensalzados a tan fulgurante,  y tal vez  frágil, estrellato. 

   La credibilidad es una característica que define al presentador de un programa como “Más vale prevenir”, donde lo más importante es que el espectador considere veraz la palabra de quien le está haciendo la propuesta. Mostrar hechos que velen por el bien común, convierten al comunicador en pieza fundamental del proceso comunicativo, y será su propia personalidad la que establezca el grado de confianza frente al público. Si como en el caso de Ramón Sánchez Ocaña utiliza un lenguaje coloquial, personalidad propia, cierto aire de tranquilidad, capacidad de proyección y convencimiento, serán factores a tener en cuenta por parte del espectador que asumirá su mensaje convencido de estar ante un experto. Llegó a ser conocido como el  “médico de la tele” sin haberlo sido, ni antes,  ni después.  

    En los años que estuve como realizador en este programa no si mi realización  tuvo alguna influencia en su apoteósico triunfo; me incorporé a él en la cumbre de la programación con máximos niveles de audiencia, y lo dejé en las cotas más altas de popularidad y reconocimiento. No fue fácil la decisión. Me propusieron un programa tan atractivo y con tantas posibilidades que no pude negarme: “De película”, un espacio de contenidos cinematográficos que pretendía llegar a los aficionados del “séptimo arte” y contagiar el entusiasmo a los amantes de la televisión. Con un aliciente más: en una franja horaria de privilegio, la sobremesa de los jueves, a las tres y media de la tarde.  

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