FESTIVALL DE TEATRO NUEVO 1960: FERNANDO MARTIN INIESTA

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Categoría: El Baúl de Los Recuerdos
Publicado: Sábado, 10 Marzo 2018 13:53
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FESTIVAL DE TEATRO NUEVO 1960: FERNANDO MARTÍN INIESTA

Aquel año (1960) de mucha actividad en lo que al “teatro de cámara” se refiere, se estaba celebrando el Festival de Teatro Nuevo –en el Colegio Mayor Santa María de la Almudena-, presentado por las Direcciones Generales de Cinematografía, Teatro e Información. Era un proyecto ambicioso que nació con la pretensión de reunir lo más destacado de la producción dramática, seleccionando autores de especial sensibilidad para la creación artística. Esto llevaba implícito conjugar textos y la incorporación a ellos de directores jóvenes con formación, empuje, y sobrada capacidad creativa. Es decir, atraer hacia el Festival lo más sobresaliente y destacado de la producción dramática de cada año.

Compitieron obras, casi todas ellas de un nivel bastante aceptable: se inician las representaciones de las obras seleccionadas el 25 de marzo con el estreno de “LA ISLA”, de Luis Molero Manglano, dirigida por José Luis Santamaría. El 29 de marzo “SUEÑO EN PAÑO MENOR”, de Sebastián Bautista de la Torre, dirigida por Trino Martínez Tríves. El 31 de marzo “QUERIDO DONALD”, de Leopoldo Martínez Fresno, dirigida por Esteban Polls: En la interpretación Montserrat Salvador y Jesús Puente lucharon con unos papeles violentos y difíciles para salvar una obra de poco acierto, según la crítica. El 6 de abril “EL FARO”, de Carmen Martínez González, dirigida por Suárez Radillo.

El 5 de abril, Agustín Gómez Arcos estrena su obra “ELECCIONES GENERALES”, fue muy bien acogida por sus positivos valores de lenguaje y diálogos que revelan un autor auténtico.

Aunque de esta obra ya se ha hecho referencia en la semblanza de este autor, hemos preferido incluirla de nuevo, al hablar del Festival, para situarla en el contexto y ambiente en el que fue estrenada. Dirigida, con gran acierto, por José María Azpeitia y muy elogiada, al igual que la interpretación de Conchita Leza y José Luis Lespes, en sus principales papeles. Pero como ya quedó expuesto anteriormente, pese a resultar ganadora su concesión generó una fuerte polémica: la censura retiró el premio y prohibió futuras representaciones.

El 22 de marzo, Fernando Martín Iniesta estrena la tragedia “LOS ENANOS COLGADOS DE LA LLUVIA”, dirigida por Julio Diamante. Sus principales actores fueron Carmen Sáez, Margarita Calahorra y Venancio Muro. Interesante experiencia que revela la posibilidad de un futuro autor en quien se advierten ciertas infl uencias de Valle Inclán y Lorca. Según la crítica.

A pesar de que en casi toda la información que he podido reunir sobre Martín Iniesta –escasísima por cierto, confusa y contradictoria-, este figura como ganador del premio –supongo se refieren al que le había sido anulado a Gómez Arcos- y le otorgan el galardón principal del Festival de Teatro Joven de ese año, esta información no se corresponde con los hechos ocurridos; el premio fue retirado y nadie ocupó su lugar. De haber ocurrido así habría sido una circunstancia a todas luces sorprendente, pues los dos autores tenían personalidades paralelas, las mismas fobias y similar dosis de rebeldía contra el sistema establecido y contra la iglesia. De hecho “LOS ENANOS COLGADOS DE LA LLUVIA”, obra a la que nos estamos refiriendo, de Martín Iniesta, muestra una parábola poética que describe en clave la España amordazada de la dictadura. Dudo que a los censores se les pasara por alto esta circunstancia, o no supieran ver el paralelismo real que hermanaba las dos personalidades que el tiempo se encargaría de mostrar gemelas.

Pero con lo que no habían contado los organizadores del festival, o sorprendentemente así lo parece, es en que no todos los autores –y con ellos los directores- que participaban iban a compartir la cicatería de la cultura oficial y de su censura, y ceñirse fácilmente a sus pretensiones. “Por esos años, en España y principalmente en Madrid, la escena se hallaba ocupada por un reducido grupo de escritores que cuentan con el beneplácito de las instituciones del régimen y con el aplauso de un gran sector de público” (reflexiona el profesor Heras). Y el festival, pese a ser un teatro experimental, no quiso ser una excepción. De ahí los problemas y posterior escándalo surgido con Agustín Gómez Arcos; o el que sin duda se habría producido con Fernando Martín Iniesta -coincidentes en el festival-, pues la censura habría actuado con idéntico criterio; quizás este último, por la necesidad que tenía de estrenar, no se mostró en principio tan rebelde e intransigente, fue un poco más flexible y disimulado en sus primeras propuestas, luego sacaría su vena de autor pánico, su rebeldía interior y su disconformidad con el sistema, que terminaron alejándolo de toda posibilidad a pesar de ser un hombre al que todo el mundo le reconocía condiciones y talento para la literatura y, especialmente, para el teatro.

Fernando Martín Iniesta nació en Cieza (Murcia), en 1933. Su niñez y adolescencia estarían marcados por las consecuencias de la guerra y los traumas de la posguerra, acontecimientos que dejarían su impronta en su obra dramática. Desde muy temprana edad se siente atraído por la literatura sintiendo la necesidad infantil de escribir textos para un guiñol que le había regalado su padre. Su afición por la lectura despierta en él un gran interés por la poesía. En la década de los 40 publica sus primeros libros de poemas que titula “Alborada” (1946) y “Hombre del pueblo” (1947), en un alarde de prematura sensibilidad.

En 1956 desdobla su trayectoria literaria hacia el género dramático escribiendo dos piezas teatrales bajo los títulos de “La señal en el faro” y “Yalto”, las cuales se estrenan en el Teatro Romea de Murcia el 5 de diciembre de 1956 por el Teatro Español Universitario de Murcia. Pronto decidiría trasladarse a Madrid deseoso de ampliar sus posibilidades y desarrollar sus inquietudes artísticas en un campo más propicio.

Conocí a Fernando Martín Iniesta en el Ateneo de Madrid, más o menos coincidiendo con el estreno de su obra más emblemática: “EL PARQUE SE CIERRA A LAS OCHO” próxima al teatro de lo absurdo, que él mismo define así: “Quise contar la conciencia de la libertad. Está centrada en un parque público donde hay un cartel que dice “este parque se cierra a las ocho” y, claro, hay que quitar ese cartel”. Esta obra le facilitó reconocimiento en los ambientes y círculos teatrales, y le sirvió de pasaporte para proyectos posteriores; se estrenó el 5 de marzo de 1960 en el Colegio Mayor Padre Poveda, bajo la dirección de Suárez Radillo, quince días antes de su segundo estreno, en Madrid, “LOS ENANOS COLGADOS DE LA LLUVIA” en el Festival de Teatro joven.

Era un hombre muy singular; su aspecto desaliñado, cara de despiste, y ese tic tan característico que le abrumaba tan frecuentemente, al parecer motivado por una afección respiratoria que padecía. Lo estaba pasando mal, los pequeños éxitos obtenidos le llenaban de perspectivas pero no solucionaban su problema principal, obligándole a los más esforzados equilibrios para mantenerse.

A partir de ahí nos vimos con bastante frecuencia. Además, somos paisanos, él era de Cieza, un pueblo importante de la provincia de Murcia, muy cercano al mío. Ser amigo de Fernando era empresa harto difícil; Fernando agotaba a la amistad. Sin embargo, aunque parezca una contradicción, era muy fácil llevarse bien. Una discusión un poco –o un mucho- subida de tono, que en otra persona hubiera producido un distanciamiento imprevisible, en él no producía el mismo efecto: invariablemente, a las veinticuatro o cuarenta y ocho horas aparecía como si no hubiera pasado nada.

Fernando siempre ha vivido fuera de contexto, sin saber adaptarse a la realidad de su entorno, por lo que las consecuencias eran sobrevenidas, con una sola y única reflexión, o te adaptas o sufres las consecuencias; o te marchas a otro país –Francia por ejemplo- con más posibilidades, donde su rebeldía o disconformidad con la dictadura no fuera un obstáculo, con un campo más propicio para sus inquietudes que le hubiera permitido volver con reconocimiento y por la puerta grande.

Yo discutía mucho con Fernando, no para que cambiara de posición sino para que dejara los sueños en la torre de marfil y pusiera, de una vez, los pies sobre la tierra. Le apreciaba mucho, sabía muy bien los valores que encerraba, su talento para la literatura y especialmente para el teatro: su categoría era indudable, pero había algo que fallaba, que impedía que afl orara el reconocimiento. Fernando era un hombre que no podía pasar inadvertido porque su calidad literaria era indudable, indiscutible, y la realidad de los hechos se imponía, como demuestra su extensa y prolífera producción literaria. Fue finalista de los premios Calderón de la Barca y Carlos Arniches (entre 1959 y 1962), según he leído, pero de éstos no tengo constancia; sé que se presentó a alguno de ellos pero nada más. He intentado recabar información sobre estos premios para confirmar los datos y ampliarlos y no ha sido posible; en el Ministerio de Cultura, el Ayuntamiento de Alicante –patrocinadores de los mismos-, después de remitirme de un lado a otro facilitándome nuevos teléfonos, departamentos y nombres por los que preguntar -mareado de tanta gestión- terminan diciendo que no hay documentación para cotejar los nombres de los finalistas de estos años a los que me refiero. Incomprensiblemente, en la era de la informática no disponen de datos, tratándose de instituciones de tanta relevancia y de premios que siguen convocándose en la actualidad.

Aceptamos, por tanto, a Fernando Martín Iniesta como el eterno finalista; pero no hay regla sin excepción.

PREMIO TIRSO DE MOLINA 1961: FERNANDO MARTÍN INIESTA

En ese año se había convocado el premio de teatro “Tirso de Molina”, organizado por el Instituto de Cultura Hispánica. Las bases del concurso establecían cuatro obras finalistas que habrían de pasar por la prueba de su estreno que determinarían las cualidades interpretativas. Se presentaron 284 originales de cuya selección resultaron fi nalistas las siguientes obras:

“TRES JUANES PÉREZ” comedia de José Luis Villarejo, estrenada el 13 de febrero de ese mismo año en el Teatro Español, bajo la dirección del propio autor.

“ESA MELODÍA NUESTRA” comedia de Eduardo Criado, estrenada en el Teatro Español el 20 de febrero, bajo la dirección de Gonzalo Pérez Olaguer.

“PROCESO A LA VIDA”, de Jaime Mistral, estrenada en el Teatro Español el 27 de febrero. Dirección de José María Loperena.

“FINAL DEL HORIZONTE”, drama de Fernando Martín Iniesta, estrenada en el Teatro María Guerrero el 6 de marzo bajo la dirección de Antonio Guirau Sena. Escenografía: José Méndez. Intérpretes: Amalia Rodríguez, Victoria Zinny, Consuelo Paris, Maite Blasco, María José Collado, Mercedes Vela, Vicente Soler, José Segura, Vicente Sangiovanni, José Caride, Ángel Bravo, Pablo Lastra, Carlos Leyra, Manuel Lorenzo, Teófi lo Calle y Carlos Polak.

Martín Iniesta resultó ganador del concurso de teatro Tirso de Molina con su obra “FINAL DEL HORIZONTE, alzándose con el galardón al imponerse entre las cuatro finalistas con toda rotundidad, a pesar de las reticencias de algunos críticos. El premio le fue entregado por el director del Instituto de Cultura Hispánica, don Blas Piñar; dotado con 40.000 pesetas supuso un respiro en la maltrecha economía de Fernando.

En octubre de ese mismo año –el día 8-, Martín Iniesta recibe una nueva inyección de moral. El “Teatro de Juventudes” de la Sección Femenina, “Los Títeres”, estrena en el Teatro Goya, de Madrid, su obra infantil “EL MAGO DE OZ” que resultó ser un gran acontecimiento por la calidad literaria y poética de la obra, muy en consonancia con la mentalidad infantil, que vino a cubrir una carencia –en esta parcela teatral- tan descuidada por nuestros autores de aquella época a los que se les solicitaba una mayor atención que sin duda no prestaban. Suárez Radillo dirigió la obra con auténtica maestría; sobre una eficaz escenografía y originales figurines de José Jardiel, un disciplinado y armónico grupo de actores dieron la respuesta mágica a un éxito que se desbordó en entusiasmo y reconocimiento. Martín Iniesta consiguió con “EL MAGO DE OZ“ el Premio Nacional de Literatura Infantil.

Pero como la Alegría dura poco en casa de los pobres, el entusiasmo se fue convirtiendo en decepción, los fuegos de artificio en desesperanza y el tiempo, implacable, en tormentosa desilusión. Su estabilidad emocional comenzó a dar muestras de flaqueza y su capacidad de lucha en desafío incontrolado. Su rebeldía, su estado de ánimo cambiante, su postura radical –que con el tiempo fue en aumento- le fue convirtiendo en un personaje pánico de atormentada vida, con dificultades económicas –a extremos lamentables- que le obligaron, finalmente, a tomar la determinación de retirarse, de abandonar su proyecto y marcharse a su tierra –a su pueblo- donde encontrar la forma de poner un poco de orden en su vida. Sé que es duro, pero no se me ocurre otra forma de contarlo.

Le perdí la pista en 1964, año en que voluntariamente decidió retirarse de la actividad teatral. Pasaron unos años sin la menor noticia sobre su vida literaria o personal.

En mi interés por completar esta reseña biográfica y recuperar informativamente el tiempo y la distancia, he ido acumulando datos que me han permitido saber que reanuda su producción en 1978 con “No hemos perdido aún este crepúsculo” y “Quemados sin arder”; posteriormente, en 1988, “La herencia de lo perdido” que, con las dos anteriores, cierra lo que él llama “Trilogía de los años inciertos”. En ellas, el autor, como heredero de un tiempo sombrío, expone diversas historias de unos seres desvalidos en un tiempo de represión, guerra y muerte, y, más tarde, de luminosa esperanza. Publicada en 1983, Fernando dice en el prólogo: “Pertenezco a una generación que ha sido vapuleada, sin piedad, por defensores de las nuevas estéticas y proclamadores de vanguardias. Estaban en su perfecto derecho: las sardinas no se acercan por sí solas a las ascuas. Si ahora, cuando el término social anda en lenguas y desprestigios, el teatro y la literatura consideran una aberración el hecho de nutrirse de cualquier verdad, cuando la ficción es proclamada como reina y señora de toda creación artística, recuerdo esa generación porque para ella, el teatro “servía” para algo. Era cuando menos, un testimonio de cuanto acontecía en nuestro tiempo, heredero de una temática “verista”, postura más ética que estética, de la que se esperaba, con cierta ingenuidad no carente de grandeza, que fuese capaz de concienciar al hombre y transformar la sociedad. Hoy sabemos que el teatro no puede cambiar la sociedad y, a veces, hasta la misma democracia está impotente ante ella”. Al referirse a “No hemos perdido aún este crepúsculo” Felipe B. Pedraza y Milagros Rodríguez, en su Manual de Literatura Española, escriben que esta obra es una de las mejores de Martín Iniesta: “el autor retrata la hipocresía del nacionalcatolicismo, la retórica grandilocuente de religiosos y profesores afectos al régimen, la persecución sin cuartel de la cultura, las violencias y represalias. Todo ello sin aspavientos, representado con sobriedad en las escenas que viven en el recuerdo de un muchacho, Antonio, emparentado, como tantos otros, con vencedores y vencidos”.

En 1979 inicia colaboraciones en algunos periódicos, revistas y en Radio Nacional de España. Renace nuevamente su actividad teatral, con renovada fuerza, y escribe un drama en un acto sobre la corrupción: “La tierra prometida”; con esta obra obtiene, en 1983, el Premio Plaza Mayor. (Posteriormente estrenada en París). Y ese mismo año, en el Teatro Romea de Murcia, se estrena su obra “El barco en la botella”; basada en el recuerdo de sus protagonistas: dos antiguos novios a los que el encuentro casual da ocasión para rememorar el pasado.

En 1987 estrena la pieza “Receta de soufl é de bacalao” en el XVIII Festival Internacional de Teatro Mar Menor. En 1998, para teatro de cámara, estrena en Salamanca “Dos pisadas en el tiempo”, y un año después, en Argentina, “El día que ahorcaron a Lope”. Seguidamente, en una variada muestra en la que pone de manifi esto su capacidad para la diversidad, ofrece títulos como “Auto de lujuria”. “Teatro canalla” que comprende: “Tres tintos con anchoa”, “El día que ahorcaron a Lope” y “La venganza de los inocentes”; sobre ellas el catedrático de la Universidad de Murcia, Mariano de Paco, en su conferencia “Autores de teatro murciano del siglo XX” que pronunció en el Museo de la Ciudad de Murcia en el año 2000, durante la celebración de un ciclo llamado “Cien años de literatura en Murcia, argumenta que Fernando “utiliza una ironía potenciada por situación y circunstancias, incide de manera directa sobre la todavía triste realidad española… porque continúa observando al hombre de su época y se interesa por dar testimonio del tiempo en el que vive”.

En los años 90 Fernando sigue con un teatro social y humano, un teatro de urgencia que mantiene unas constantes muy signifi cativas: sentido lírico, preocupación social, denuncia de cualquier tipo de opresión. En su obra “Los hijos de Saturno” aborda el terrorismo; en “Tres tintos con anchoa” el paro; en “Al toro por los cuernos” la mentira y la corrupción: en “El salto de los delfi nes” la marginación, la violencia y las drogas. Y lo hace desde una posición no sujeta a convenciones, recogiendo el aliento de los caminos y de la cultura de las tribus urbanas, el rumbo perdido de la solidaridad y la presencia de la injusticia. Le siguieron “Andamio”, “El ramo de flores”, “Concierto desafi nado”: (para trombón y tres voces). “Irene y el domador de estatuas”, esta última estrenada por un grupo de teatro de cámara de Salamanca, y dice estar muy descontento “porque han hecho con mi obra todo lo contrario de lo que yo quiero decir”. Sus últimas obras editadas: “Tres piezas rotas”, y “Tierra de nadie”, en donde aborda la sinrazón de la guerra. Y “Todos eran mis hijos”.

Como escritor se ha desdoblado en todos los campos de la literatura, entre ellos la poesía, con sus publicaciones: “Libro de la inocencia”, “Sonetos de la isla”, “Sermón de la culpa y la palabra”; decía que por la poesía sentía tanta veneración y respeto que le daba miedo escribirla. Y también algo en prosa: Trece cuentos de terror. Últimamente venía colaborando en el diario La Verdad, de Murcia, donde estaba considerado como un brillante articulista.

Salvo sus frecuentes incursiones en teatro de cámara, poca repercusión ha tenido su obra en teatro comercial, en España o en otros países, y esto solo puede justificarse por el hecho de haberse convertido en una persona incómoda, desorientada, de difícil encaje, no solo en el sector ideológico al que él ha atacado de una manera inmisericorde -en tiempos lejanos y recientes-, sino, en el que se supone incluye a personas de su misma ideología.

Fernando Martín Iniesta es un escritor auténtico, profundo, con necesidad creciente de expresar su rebeldía convertida en denuncia –poéticamente descrita y magistralmente narrada-; sus palabras brotan con furia; sus críticas –como dardos certeros- dejan huellas marcadas a fuego. Sus personajes son seres atormentados, dibujados con trazos firmes que golpean en las conciencias -que él supone dormidas-, en una exigencia desmedida por enfrentar al espectador con una realidad que, en la mayoría de los casos, le es ajena, acepta con difi cultad, o va en contra de sus propias creencias. De ahí su tormentosa realidad que ha alimentado sus muchas contradicciones.

Los autores de teatro, por lo general, son hombres comprometidos, con ideas preconcebidas que intentan imbuir en sus personajes -o vivirlas a través de ellos- con el propósito, supongo, de hacer reflexionar al espectador no de convertirlo en cómplice. Me parecería demasiado pretencioso pensar que su teatro va a cambiar a la sociedad de su tiempo; escribir con la idea de que la mente del espectador se va a dirigir en la infalible dirección que el autor haya querido imprimir en el texto, o posterior desarrollo dramático, es algo tan peregrino que el instinto rechazaría sin la menor dilación.

Cada autor tiene su forma estructural, su método, su manera de influir en el espectador para que -durante la representación- participe mentalmente de una manera activa –como un personaje más- de la situación que se está viviendo, o se desvincule de ella, pero sin desposeerlo de la emoción que le mantiene interesado y atento. Y, una vez que la dramatización haya terminado, hacerle pensar, meditar o reflexionar sobre el mensaje, más o menos subliminal, que se ha pretendido enviar. Estamos hablando de teatro de compromiso no del que nace, desde el principio de manera unidireccional, con el solo propósito de divertir.

Hay dos métodos diametralmente opuestos, universalmente conocidos, que se estudian y practican en las más acreditadas y famosas academias de teatro del mundo; me estoy refi riendo a Konstantin Stanislavskij y Bertolt Brecht. El primero pretende que el espectador quede tan ligado a la situación dramática, tan envuelto en el clímax de la trama, tan unido a los sentimientos de los personajes que pueda sentir emoción, alegría, tristeza o llanto, como si se tratara de la misma persona, en perfecta comunión. Solo al final, cuando el telón y los aplausos le devuelven a su posición inicial, quedará liberado físicamente de su influencia dramática, pero no de la emoción que le habrá producido la atmósfera que ha envuelto sus sentimientos; entonces viene la reflexión

El método Brecht, por el contrario, induce –tanto al actor como al espectador- a vivir la acción pero sin lo inevitable del suceso -mediante el denominado efecto de distanciamiento- y hacerle reflexionar sobre otras formas de comportamiento. Esta clase de representación despierta emociones, aun cuando no exactamente las mismas, adoptando una actitud crítica hacia un hecho cierto que podía haber tenido otra lectura. Es decir, el método Brecht induce a la reflexión desde el momento en que se producen los hechos, no cuando estos se han consumado y en el conjunto de su circunstancia. Por tanto, para poder refl exionar sobre lo inevitable del drama, es importante no dejarse arrastrar por él. Es aconsejable situarse a cierta distancia mental, introducir entre el espectador y la acción lo que se denomina efecto de extrañeza, para vivir el drama y, al mismo tiempo, pensar sobre si se podía haber evitado.

Hay otros autores que conciben el teatro como un espectáculo total y desde su planteamiento inicial ofrecen al espectador la oportunidad de disfrutar plenamente de la grandeza del conjunto, de la belleza del texto, riqueza de la acción dramática, del talento que imprime magia a su estructura escénica y complementos que lo adornan, observando, desde la distancia que se produce del escenario al patio de butacas la representación -unificando todos sus valores-, envueltos en la magia del espectáculo en sí y de la acción dramática que se plantea. Goethe decía de este mundo al que rodea tanta fantasía: “…Se levantaron los tablados, el teatro está listo y el público avisado, los espectadores van ocupando ya sus lugares y, con la mirada en el vacío, esperan y se prestarán con el mayor gusto a entrar en la fábula…Ya sabéis que en nuestro teatro cada uno se esfuerza por hacerlo lo mejor posible; así, pues, no regateéis hoy decorados ni maquinaria. Haced aparecer el sol y la luna; derramad las estrellas a manos llenas y usad a discreción el agua, el fuego y las rocas, las bestias salvajes y los pájaros de presa. Reunid entre estas cuatro paredes todas las maravillas de la creación y recorred con rápido vuelo los cielos, la tierra y los infiernos”.

La conclusión es que hay opciones para todos; el público acude al teatro influido por la fama de un determinado actor, por opiniones compartidas, por una crítica influyente, o contagiados por el éxito del espectáculo en sí, y solo de manera excepcional por la fuerza que haya podido transmitir el autor en el conjunto de su obra.

Volviendo a Fernando. Dicen de él que es un autor “pánico”; escribe “teatro canalla”; asume: “el confl icto va con mi carácter, con mi actitud ante la vida”; dice: “el primer derecho que tiene un preso es huir, el que tiene un tío que no tiene para comer es robar”; “la Iglesia es una hija de puta en toda la extensión de la palabra”, “la libertad consiste en decirle a la gente lo que no quiere oír”… (Entrevista publicada en la revista especializada de teatro “LA RATONERA, fi rmada por José Manuel Serrano, núm. 6; septiembre 2002).

Fernando se ha reencarnado en el dictador que tanto odiaba, dispuesto a disparar: ¿dirección?, todas; ¿armas?, pluma y papel; ¿munición?, inflexibles ideas; ¿su tormento?, obsesión incontrolada; ¿verdugo?, su propia ceguera.

Pienso que Fernando no vivía en la realidad de su tiempo, que había quedado anclado en las claves del pasado, que su indudable calidad literaria no ha tenido el reconocimiento merecido, que se había convertido en un Quijote enfrentado a una legión de “molinos de viento”, que ha vagado por esos ambientes pertrechado con lanza y escudo que resultó ser pluma y papel, única arma que sabía utilizar. Desposeído de ilusión, esperanza, y fe, se encontraba perdido en la noche del bosque, desorientado en la oscuridad del descampado, sin nada a qué aferrarse, sin un sabio consejo que le hiciera reflexionar.

A pesar de la crudeza de mis palabras, esta espinosa semblanza está escrita con lágrimas en los ojos, emoción contenida, recuerdos varios y sensaciones vividas, no está improvisada; no tiene otra pretensión que relatar unos recuerdos y hechos de mi vida y de la suya a los que he querido imprimir cierto rigor.

Fernando Martín Iniesta ha venido sufriendo un empeoramiento de los graves problemas respiratorios y cardiacos que habían mermado su salud en los últimos años. Nace en Cieza (Murcia) en 1933 y muere el 9 de agosto de 2005. Ha tenido mucha prisa por marcharse –no le gustaban las despedidas- supongo que en busca de ese personaje tan especial que le faltaba, encontrarse consigo mismo, tan distanciado parecía… Su necrológica apenas si se ha difundido, casi nada a nivel nacional y muy de puntillas a nivel provincial, de hecho Fernando sigue siendo un gran desconocido, incluso, para sus paisanos; pero a diferencia con Agustín Gómez Arcos, en el caso de Fernando morirse sí ha sido rentable para su vanidad –suponiendo que en donde se encuentre le quede alguna-, por lo pronto ya ha empezado a ser profeta en su tierra y se ha iniciado la publicación de una importante parte de su fecunda obra cuya indudable calidad el tiempo se encargará de demostrar.