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Es necesario reflexionar sobre la Navidad

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La ternura, un sentimiento propio de estas fiestas

           Las fiestas navideñas nos recuerda algo que llevan muy consigo, la ternura. Los símbolos navideños están repletos de ella. La ternura es una realidad espiritual muy huidiza pero muy profunda, es uno de los sentimientos más hondos y, por tanto, más medulares de la esencia de la vida humana. La ternura es como un sueño en el que galopan multitud de sentimientos, muchos de ellos antagónicos y contradictorios. La ternura se lleva en la sangre, se vive, se siente, se palpita y es, en cualquier caso, un sabio aprendizaje.  

 

navidadA través de la ternura, la vida va precisamente por railes humanos y no es una  redundancia porque es como el aceite lubricante que purifica el tosco vivir que la monotonía y la mezquindad imponen. Todas las cosas verdaderamente grandes, el amor, la generosidad, la paz, están impregnadas, traspasadas por la ternura. Ignoro la razón por la cual, este término, tan serio, tan complejo, ha sido muchas veces desprestigiado, y en estos tiempos recientes, ignorado,   al mismo tiempo que se equipara con cosas tan de ella distantes como la debilidad o la indiferencia. Evidente es que la fortaleza, la energía y la vitalidad, tienen ese ingrediente impreciso que todo lo cambia en alguna medida.  Es, por otro lado, la esencia de las relaciones humanas positivas. El poso donde emerge la solidaridad. Las fiestas de la Navidad, que ya estamos palpando, tienen íntimamente esos grados necesarios de ternura tan precisos para dotar, aún a las cosas más vulgares, de un valor de transcendencia y luminosidad casi sublimes. Decíamos que era también  un aprendizaje. Lo es.  Y en estas fiestas creo que debemos confirmar en lo posible estos cimientos tan complejos del gran edificio de la sociabilidad y la armonía para con el mundo, ahora que todavía estamos a tiempo..

             Y aquí viene la reflexión.  Todos estos sentimientos que  a través de los años, y de los siglos,  se han ido repitiendo como un eco compartido de ternura, fraternidad  y solidaridad,  de repente, como una maldición, como un castigo, se ha transformando en un ciclo de conflictos, de odios irreconciliables, de ambiciones perversas, de horribles acciones bélicas, de luchas  fratricidas, de autodestrucción, cuya espirar demoledora envuelve al mundo  como una venganza, como si la deshumanización hubiera llegado al límite.  Es como si ese mundo sometido se hubiera despertado dispuesto a invertir los términos, a ejercer su mayoría, a tomar el mando y la revancha, a imponer por la fuerza lo que les ha negado la solidaridad y la compasión. No sé si es exactamente eso, pero lo parece, y si el fenómeno se ofrece para algunos, como no consumado, debería servir de reflexión o de escarmiento, y tomarlo como un aviso que no admite demora. Los que todavía estamos a tiempo deberíamos reflexionar en este sentido, sobretodo, los que más tienen.

          En definitiva.  Hondo, grave, profundo, es el mensaje de la navidad: mensaje de amor, de mediación, de intimidad. Al margen de este mundo luminoso, de alegría, de encuentros y de proyectos, debemos ejercitar la ternura  y, sobretodo, la solidaridad. En ella encontraremos muchas cosas, entre ellas, la más importante,  la paz.

 

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